El pasado 20 de julio con el título "Las minorías no ganan" publicaba en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN un artículo en el que predije que ni Podemos se iba a incorporar a Ahora en Común, ni viceversa, y concluía que había que aplicar la vieja máxima de "vive y deja vivir" para conseguir llevarnos un poco mejor, por si después nos necesitábamos.

Siento, muy sinceramente no haberme equivocado tras conocer la ruptura de conversaciones entre Podemos e IU --partido impulsor de Ahora en Común-- para alcanzar un acuerdo preelectoral de cara a las próximas elecciones generales.

No pasa nada. Mantengan la serenidad. Es mejor así.

Y es mejor así, porque para que se hubiese producido esa confluencia debería haber existido un clima político y personal muy diferente entre ambas formaciones, ausente de los recelos y de las controversias que se vienen manifestando a lo largo de estos últimos meses. Y no hablo solo de las controversias entre las direcciones de ambos partidos políticos, me refiero también y sobre todo, a las profundas discrepancias que manifiestan sus respectivas hinchadas en las que no faltan hooligans poco constructivos.

Decía en aquel artículo de julio pasado que es lógico que Podemos quiera revalidar su marca en las elecciones generales, partiendo además de unos resultados notables en las elecciones europeas de 2014 y en las autonómicas de 2015 en las que se presentó con su propio y exclusivo nombre. Y decía también que Podemos acierta cuando huye de las consignas, tópicos, iconos y apriorismos de la autollamada izquierda real. Porque no se es más de izquierdas por tener esta palabra permanentemente en la boca, ni envolverse en determinadas banderas, como tampoco se es más republicano por ausentarse de un acto institucional en el que intervenga un rey que, como todo el mundo sabe, no ha sido elegido democráticamente.

Creo que rechazar esos tics de la llamada izquierda no significa ningún viaje al centro. Significa utilizar un lenguaje y unas prácticas que son más aceptadas por la mayoría de la gente, de los trabajadores, de esa gente que lo que quiere es que los políticos le solucionen los problemas que sufren cada día en un país cada vez menos justo, en el que la riqueza se distribuye también de manera más desigual.

Ocupar la centralidad del tablero no es plantear propuestas descafeinadas para hacer ese viaje al llamado centro político en el que no se es de derechas ni de izquierdas. Ocupar la centralidad del tablero significa poner en el centro de las propuestas políticas los problemas de la mayoría de la gente, relacionados con la creación de puestos de trabajo, con el acceso en pie de igualdad a la vivienda, al consumo de energía y a los servicios educativos, sanitarios, sociales, culturales y deportivos de calidad.

Y para hacer esto no hace falta envolverse en ninguna bandera, utilizar un lenguaje sesgado, ni ponerse pegatinas que provoquen el rechazo de la gente. La historia nos demuestra que esa forma de hacer política reduce a los que la protagonizan a territorios cada vez más minoritarios. Más bien al contrario se trata de hacer que la política sea un diálogo continuo con la gente, en el lenguaje que la gente entiende que es el de la sinceridad y el rigor, ausente de engaños o propuestas ilusorias y sin estridencias ni radicalismos excluyentes.

Desde esta perspectiva era imposible que Podemos aceptara hacer una coalición electoral con IU, con carácter estatal y de arriba abajo. Porque en Podemos se percibe en IU esa cultura de la "izquierda de culto", proclive a espacios que excluyen a una parte de la sociedad que no comparte sus principios ideológicos. Pero a la vez, en IU perciben a Podemos como un partido sin definición ideológica que se niega a poner las etiquetas de la izquierda. Por otra parte, el peso relativo de Podemos y de IU, reflejado en las últimas elecciones autonómicas, no hacía posible una coalición en pie de igualdad. Además, los inscritos de Podemos habíamos apoyado posibles confluencias electorales en ámbitos autonómicos, nunca en el ámbito estatal.

No estaba la fruta madura para que se produjera esa confluencia. Y cuando la fruta no ha madurado es conveniente dejarla un tiempo más en el árbol, aunque con ello se corra el riesgo de que un pedrisco inoportuno deje la cosecha de alguna de las huertas reducida a la mínima expresión.

Entre tanto, "vive y deja vivir", porque quién sabe qué alianzas puedan ser necesarias el día 21 de diciembre. Es mejor llevarnos bien.