Vivimos en un predominio apabullante del presente. El pasado y el futuro quedan eclipsados. Las preocupaciones de la actualidad son tan agobiantes y absorbentes, que nos impiden mirar el ayer y el mañana. Nos hemos instalado en un hoy permanente que nos incita a considerar el pasado deleznable y desechable, y a ignorar el futuro por sombrío e impredecible.

Tony Judt nos dice en su libro Sobre el olvidado siglo XX, de todas las ilusiones contemporáneas, la más peligrosa es aquella sobre la que se sustentan todas las demás: la idea de que vivimos en una época sin precedentes, única e irrepetible y que el pasado no tiene nada que enseñarnos. Según John Berger, cualquier sentido de Historia que vincule el pasado con el futuro fue marginado, si no es que eliminado. Y así, la gente sufre un sentido de soledad histórica. Los franceses se refieren a quienes tienen que vivir en las calles como SDF. Sin Domicilio Fijo. Estamos bajo una presión constante para sentir que tal vez nos volvimos los SDF de la Historia.

Quienes dominan el mundo actual -banqueros, políticos, académicos u otras especies- han aprendido, tras 50 años de experimentos, que la manera más efectiva de destruir el sentido de identidad y solidaridad de los pueblos es borrar su pasado. Una vez borrado, puede construirse cualquier discurso que, pese a su presunta inocencia, es corrupto políticamente: una nueva oportunidad, un nuevo tiempo. Tal es la demagogia del neoliberalismo. La intención es muy clara, el reducir así todas las alternativas políticas a una sola. Hay que pagar hoy la deuda, sin preguntar por su origen pasado ni por sus secuelas futuras- de ahí la inevitabilidad de la austeridad- y propiciar el crecimiento, que traerá empleo a borbotones. Es lo único que importa.

La humanidad no hubiera avanzado y construido un futuro ilusionante sin tener en cuenta su pasado. Ortega y Gasset nos dice: «Siempre ha acontecido esto. Cuando el inmediato futuro se hace demasiado turbio y se presenta excesivamente problemático el hombre vuelve atrás la cabeza, como instintivamente, esperando que allí, atrás, aparezca la solución. Este recurso del futuro al pretérito es el origen de la historia misma…»

Es evidente que en el pasado hay soluciones, que podrían servirnos para salir de este tenebroso túnel e iniciar un nuevo camino ilusionante. Los destrozos producidos hoy son muchos y graves: desempleo permanente, precariedad con unos derechos laborales decimonónicos, niveles de desigualdad insostenibles, Estado de bienestar muy dañado, democracia eviscerada, un planeta Tierra ambientalmente insostenible. Conviene mirar por el retrovisor el pasado. ¿Cómo podemos olvidar que todo lo que se ha hecho en Europa occidental para conseguir más justicia, más seguridad, más educación, más bienestar y más responsabilidad del Estado hacia los marginados y los pobres nunca se habría podido alcanzar sin la presión de las ideologías y movimientos socialistas, pese a sus ingenuidades y falsas ilusiones? ¿Cómo es posible, por tanto, olvidarse de Marx, quien ya profetizó y analizó tantos desmanes del capitalismo? Tal olvido ha propiciado que la gran mayoría haya perdido sus coordenadas políticas. Sin mapa ni brújula, no sabemos a dónde nos dirigimos. No tenemos futuro. ¿Cómo imaginamos el futuro ahora? Nadie acaba de ver el tiempo que vendrá. Alguien decretó hace tiempo que ya no hay futuro, pero el futuro no se acaba nunca, simplemente somos incapaces de imaginarlo. Y si lo imaginamos es sombrío. Por ello, vivimos de espaldas a él, como si no existiera, lo cual significa una gran irresponsabilidad. Tal comportamiento recuerda la ocurrencia de Groucho Marx: ¿Por qué debería preocuparme yo por las generaciones futuras? ¿Acaso han hecho ellas alguna vez algo por mí?

Es lógico que el futuro ya no tenga esa fuerza de orientación que tuvo en buena parte del siglo XX. El futuro se ha convertido en una amenaza al ser incapaces de ver posibilidades alternativas a la devastación, el empobrecimiento y la violencia. Y esta es precisamente la situación actual. Pero esto no significa que el futuro haya dejado de ser un campo de batalla para otros. Algunos han planificado nuestro futuro. Según Franco Berardi, destruir la Europa de la solidaridad y del progreso, thatcherizar el continente transformándolo en un desierto de miseria, precariedad e ignorancia es el proyecto que el poder financiero se ha propuesto y está ejecutando. Lo cual nos provoca desesperación, pánico y rabia incontenibles. En definitiva, un futuro sin futuro.

*Profesor de Instituto