La caída de M. Rajoy es una muestra más de lo voluble que es la política española desde hace dos años. Algo tremendo ha pasado en este sistema, que durante más de treinta años se ha mantenido anclado en un bipartidismo imperfecto en el que PSOE y PP se han alternado en el poder, unas veces con mayoría absoluta, otras con apoyo de los nacionalistas, para que se produzcan cambios radicales en tan poco tiempo.

¿Quién le iba a decir, hace apenas una semana, al PP, que se las prometía tan felices porque logró sacar adelante y con mayoría absoluta los presupuestos generales del Estado en el Congreso de los Diputados con los votos de Ciudadanos, PNV y Coalición Canaria, que siete días después iba a perder el Gobierno de España por una moción de censura de toda la oposición, incluidos los votos del PNV y la abstención de Coalición Canaria?

¿Quién le iba a decir el lunes a Pedro Sánchez, dado por muerto y enterrado políticamente hace apenas un año, que iba a convertirse el viernes siguiente en presidente del Gobierno?

¿Quién le iba a decir a los diputados y diputadas de Podemos, que plantearon su propia moción de censura, que iban a votar sí apenas doce meses después a otra moción, esta presentada por el PSOE?

¿Quién les iba a decir hace dos años al partido Ciudadanos, que tanto vale para un roto como para un descosido, que ayer eran socialdemócratas, hoy liberales y mañana ya se verá, que su primer aliado, el PSOE, iba a tumbar a su segundo socio, el PP?

¿Quién les iba a decir hace tres días a los ministros de M. Rajoy que tendrían que desalojar sus despachos a toda prisa antes del siguiente fin de semana?

¿Quién le iba a decir a M. Rajoy, mientras el pasado domingo veía tan tranquilo un partido de fútbol o una etapa de ciclismo, o leía la prensa deportiva, lo único que al parece le interesa, que tendría que hacer las maletas y abandonar el palacio de la Moncloa de manera tan precipitada antes del siguiente domingo?

¿Quién les iba a decir a decena y media de personas que andaban a lo suyo esta semana que el lunes, presumiblemente, van a sentarse en los sillones ministeriales?

El cambio de Gobierno está siendo considerado por algunos como un cataclismo para España, mientras otros lo presentan como una oportunidad para acabar con años de corrupción y limpiar un sistema podrido. Pero todos coinciden en que la nueva situación sigue siendo propicia para la veleidad, la inconstancia y la inconsecuencia, que son los sinónimos de la volubilidad en que la política española sigue inmersa.

*Escritor e historiador