El voto particular del juez de La manada va a marcar un antes y un después en la investigación y enjuiciamiento de los delitos de carácter sexual. Y no solo por la rabia y la indignación que ha generado la sentencia sino porque cientos de miles de mujeres la están utilizando como espejo, se reconocen en la imagen que proyecta y se están enfadando mucho. En dos días, más de 250.000 españolas han removido sus dolorosos silencios para airear una realidad que sigue tapada por el miedo y la vergüenza, y larvada con ansiolíticos. Algunas no pueden dormir con edredón, porque era su cárcel a los cuatro años y el hombre que más debía protegerlas, su carcelero. Otras nunca han tenido pareja, porque solas se sienten más seguras; alguna aún no sabe cómo pudo zafarse de un coronel del Tercio que intentó violarla en un tren nocturno. «Ya te habría gustado», le ha replicado el mardano de turno en Cuéntalo, el hashtag creado por la zaragozana Cristina Fallarás, en el que cientos de miles de mujeres están vomitando sus experiencias más traumáticas. Esta especie de terapia colectiva da idea de las dimensiones del problema y explica que las calles se llenen de mujeres y hombres clamando contra ese juez que solo ve jolgorio en lo que para cualquier ser humano medianamente racional es una repugnante violación grupal. Para los expertos, sin embargo, ese jolgorio solo es sexo entre budsexers, hombres heterosexuales que se excitan entre ellos y solo necesitan un cuerpo femenino para perforarlo por todos sus orificios. Pero estos expertos no están en los juzgados.

*Periodista