Me excuso por autocitarme: "La próxima campaña electoral europea debería ser casi tan importante como la campaña española. Reivindicar la Europa de los ciudadanos y no solo la del euro. Desvelar y denunciar la nueva revolución conservadora, mutiladora del Estado de bienestar, del que predica su inviabilidad y propicia la idea-valor del 'sálvese quien pueda". Pero Europa no es solo una palabra, ni siquiera es solo un territorio, Europa es también un concepto, una idea moral, que inventa la Modernidad, la Ilustración, los derechos del hombre, el Estado de bienestar. Europa es la civilización europea, el modelo europeo que ha producido los mejores logros políticos y éticos de la humanidad. Lo más grave de lo que hoy está sucediendo no es tanto la famosa crisis financiero-económica sino todo un cambio de valores, criterios y parámetros que conllevan un radical cambio social hacia un empobrecimiento material y mental. Y esto se está haciendo desde una política ultraconservadora europea y española". (artículo en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, de fecha 17.3.12).

Sin embargo, a pesar de la estructura poco democrática de la toma de decisiones en la UE, la composición del próximo parlamento es muy importante, como también lo es la votación de los candidatos para presidente de la Comisión. Nos jugamos mucho en las elecciones del próximo mayo. En la nueva legislatura deberán tomarse decisiones significativas en materia económica. No está nada claro que una mayor liquidez monetaria signifique cambios positivos en producción y creación de puestos de trabajo, pues las plusvalías se volatilizan rápidamente en beneficios financieros y privados.

Si en la dictadura franquista veíamos a Europa como nuestro oasis salvador, y en 1986 nos hicimos europeos de fondo y forma, la realidad actual europea la percibimos como una amenaza a ese Estado de bienestar que la propia Europa nos posibilitó. Por lo que un cambio de rumbo a escala europea es imprescindible, pues la salida nacional-estatal no es válida en un capitalismo globalizado y financiero. Sí que cabe, y ahí están las elecciones, otra política más democrática y participativa que configure el marco en el que las decisiones económicas sean reguladas y supeditadas al bien general, lo que no es contradictorio con un beneficio privado legítimo y suficiente. Porque en Europa está aumentando la desigualdad entre países ricos y pobres y entre ciudadanos ricos y pobres. Y también aumenta la fuerza de los movimientos xenófobos, nacionalistas y excluyentes.

Ante todo esto, solo cabe una política progresista más decidida a favor del concepto originario de Europa, la de los pueblos y los ciudadanos, en la que el capital sea un instrumento para el bienestar social. Si optamos por la permanencia en Europa, ¿procede una alternativa radical o moderada? Pienso que lo importante es el sustantivo y no los adjetivos. Lo que hace falta es que sea alternativa viable y eficaz. Ser más radical no significa ser más eficaz. Ser radical en una dictadura tiene sentido, equivale a resistir. En una democracia no es tanto cuestión de resistir sino de construir modelos y ponerlos en práctica con el apoyo de una mayoría social que nunca seguirá una política radical.

Otra cuestión a considerar es si en unas elecciones europeas se vota en clave nacional. Sí y no. Inevitablemente, los partidos políticos van abusar en su campaña de enfrentamientos en los asuntos nacionales y, desde luego, la lectura posterior la van a extrapolar a las elecciones españolas. Si gana el PP lo venderá como una ratificación social a su política nacional. Si vence el PSOE hablará de resurrección. Y si suben los partidos minoritarios, será una constatación del cambio de ciclo electoral que predican. Las posibles listas que puedan surgir desde los movimientos sociales, dudan entre dar el paso hacia la nada o tratar de influir en los partidos. Yo les recomendaría lo segundo y seguir fortaleciendo sus propios movimientos. Sin embargo, los ciudadanos saben distinguir. Una abstención mayoritaria, por ejemplo, sería muy grave para la salud democrática. Una gran dispersión del voto supondría una lectura muy concreta y negativa para los partidos mayoritarios.

Lo ideal sería que la campaña electoral fuese en clave europea, que los ciudadanos españoles votasen en clave europea y que los efectos sirviesen para un cambio de modelo en Europa: que la tecnocracia y el elitismo se transformase en una mayor participación ciudadana y que esto se tradujese en una mayor influencia del parlamento europeo en la toma de decisiones. Al elegir al presidente europeo damos un paso importante en la buena dirección. Profesor de Filosofía