El jueves me aventuré a pronosticar en un programa de televisión que no veía tan claro que triunfaría el remain en el Reino Unido. En un primer análisis previo a los resultados era fácil comparar el brexit con los topicazos del nacionalismo: la vuelta al bombín y al paraguas, a la exacerbación de la campiña y a la grandeza de la Commonwealth. Pero faltaba algo más. A la exacerbación nacionalista se le unió la torpeza irresponsable de un primer ministro, David Cameron, que encontró el camino más fácil señalando a la Unión Europea como fuente de todos los males. No era necesario tener una bola de cristal ni ser más intuitivo que nadie para pensar que todo era posible, incluido lo que ha ocurrido: el adiós británico a la Unión Europea si se convocaba un referéndum a las bravas, como ha ocurrido.

Es más fácil decir adiós cuando se está harto, y cuando a veces daba la sensación de que se estaba sin estar. Y claro, delante de una papeleta y de unas urnas en Europa ha venido pasando sistemáticamente lo mismo: el pueblo soberano acaba castigando el orden establecido. Volteándolo o corrigiéndolo, dependiendo de la intensidad del castigo. Cuando se lleva a los ciudadanos a votar más con la emoción que con la razón, y a veces casi con las vísceras y no con la cabeza pasan estas cosas.

El referéndum británico ha puesto una vez más de relieve que el status quo actual no gusta. Las respuestas convencionales a la crisis no solo han sido impopulares, sino que han dejado un resultado insuficiente, pues se ha paliado el crack financiero exacerbando las desigualdades. Es decir, el brexit lo ha votado no solo el inglés preponderante que buscaba un simbolismo de superioridad, soberanía o libertad, sino el obrero depauperado que además tiene que competir con los inmigrantes. Qué peligrosa vía la emprendida por un pueblo que no solo quiere acentuar sus diferencias culturales o su pretendida superioridad histórica. El proteccionismo es un error, y lo ha sido históricamente, en la salida de las crisis o de los conflictos. A los españoles no nos lo tienen que explicar.

Más allá de las repercusiones del brexit para el Reino Unido deben preocuparnos, y ocuparnos con celeridad, las internas en la propia Unión Europea. Nos habíamos acostumbrado a que los británicos no remaran en la misma dirección. Ahí están los ejemplos de Schengen y la libre circulación de personas (1995), Maastricht y la moneda única (1998) o la reforma del tratado de Lisboa para modificar los mecanismos de defensa de la eurozona (2011). En todos estos casos Londres dio la espalda a los intereses comunes y al parecer abrumadoramente mayoritario de sus socios europeos.

Por lo tanto, económicamente puede ser un problema la salida del Reino Unido de la UE, y de hecho lo será. Pero dejaremos de tener a un poderoso pepito grillo que más veces de la cuenta remaba a la contra del resto. Algún país o algún gobierno estarán tentados de jugar ese papel a partir de ahora: ¿Holanda, Dinamarca, Finlandia-? Pero nada comparable a la potencia británica. Todos los poderes de la Unión habrían de tener claro que hay que enseñar el camino de salida a todos aquellos que duden a partir de ahora. Es el momento de ejemplificar para evitar nuevas e incómodas tentaciones centrífugas.

En España las lecturas del Brexit son necesariamente más complejas por la coincidencia en el tiempo con las decisivas elecciones generales que hoy han de desatascar el tablero político nacional colapsado desde diciembre. ¿Tendrá alguna repercusión sobre los resultados lo ocurrido en el Reino Unido? Es difícil que se modifique sustancialmente el sentido del voto por lo ocurrido en las islas, pero indudablemente moverá a algún indeciso o dubitativo.

Habría de hacerlo sobre todo con aquellos que no tengan claro votar hoy, tras una campaña electoral en la que ha habido más mensajes emocionales que propuestas o programas. Es imperativo acudir a las urnas, y no solo para defender la democracia como forma de gobierno y de expresión política, sino para demostrar que somos un pueblo a altura de este momento histórico. Sin complejos, sin miedos y con determinación y con generosidad, sabiendo lo que nos jugamos y cuál es la posición de cada partido en relación con la salida definitiva de la crisis y el encaje de España en la UE. Con la misma actitud con la que esta noche habrían de leer los resultados los cuatro partidos que según todas las encuestas serán determinantes para la formación de equilibrios potentes. Necesitamos un gobierno fuerte y con las ideas claras con la que se le viene encima a Europa.

Y para ello hemos elaborado un decálogo que exponemos en nuestro editorial.