Hecha la rueda de consultas, constatado que no hay candidatos para formar Gobierno, volvemos a la casilla de salida, empezamos de nuevo un proceso con las mismas incógnitas, los mismos problemas y las mismas incertidumbres.

La esperanza de la nueva política, se ha tornado en melancolía, por lo que pudo ser y no ha sido. Seguramente la ilusión depositada era una utopía irrealizable, ahogada entre pactos, frustraciones vacías, posturas mediáticas e insaciables divisiones. Entiendo la frustración de quienes pensaron en un tiempo nuevo. Comprendo lo difícil que será afrontar una campaña electoral bajo el resentimiento y desconfianza con los políticos que ahogaron nuestros sueños. Va a ser una tortura: titulares sabidos, descalificaciones repetidas, gestos adustos, programas vacíos; será muy difícil aislarnos de todo ello y valorar en su justa medida el poder enorme de la soberanía popular, con el voto, para poner a cada uno en el lugar que le corresponda.

Pero por muchos argumentarios que exhiban, el pasado no puede borrarse. Ni los partidos podrán maquillar las estrategias y comportamientos habidos, ni evitar que los ciudadanos saquemos nuestras propias conclusiones tras lo ocurrido.

SI VOTAR OTRA vez fuera la garantía para estabilizar la situación política, estaría bien empleada esta segunda vuelta, pero hay pocas esperanzas para confiar en que eso ocurra. Porque las opciones mayoritarias no han asimilado todavía el nuevo escenario político a cuatro. Les ven como opciones fugaces, fruto del momento de cabreo e irritación que la crisis ha producido en la ciudadania.

No asumen que han venido para quedarse. Porque además son rivales y necesarios. Confrontan por los mismos espacios, pero son imprescindibles para componer mayorías de gobierno.

Aprenden rápido lo peor de la "vieja política", pero nadie les disputa el nuevo discurso del recién llegado, su debilidad está en la inconsistencia de muchas de sus propuestas y su inviabilidad en el mundo globalizado, pero resulta curioso como algunas de sus alternativas, son más combatidas por sectores profesionales y alguna prensa que por los partidos clásicos. Disputan la hegemonía cultural y política que hasta hace dos años monopolizaban PP y PSOE, sin apenas resistencia. Tienen gran aceptación en tramos de edad muy dinámicos y sectores profesionales influyentes.

Cinco meses para llegar al punto de partida, para demostrar que "los partidos no han sabido negociar, porque sus intereses internos se anteponen al interés general" (Victoria Camps), vacíos de ideas, incapaces de ilusionar ,han buscado en las "líneas rojas" las fronteras invisibles donde cobijar su incapacidad para formar un nuevo Gobierno.

¿Y ahora qué?, salvo milagro en contra, más de lo mismo. Los socialdemócratas nos sentimos anestesiados, sin debate interno, sin estrategia, desdibujados entre los acuerdos con Ciudadanos y el posible "sorpasso" de Podemos, vamos resignados a unas elecciones inciertas, con un electorado desmovilizado y una militancia noqueada. Modestamente creo que Podemos hace un mal cálculo de su estrategia: forzar las elecciones para desplazar al PSOE en la hegemonía de la izquierda. No será difícil si confluye con IU y las Mareas en un pacto no frentista, pero de ahí a liderar un Gobierno de la mano del PSOE, lo veo imposible.

La insoportable actitud del PP en estos meses, llamando cínicamente a los socialistas para gobernar conjuntamente, mientras afloran más casos de corrupción, se conoce el fraude fiscal entre sus líderes y el fracaso de sus políticas de ajustes, resulta esperpéntico. Si los ciudadanos no perciben que hay un castigo electoral y Rajoy es apartado del poder, las consecuencias sociales y democráticas serán graves, porque utilizar las urnas para exculparse, tanto de sus fracasos políticos como de sus continuadas corrupciones, puede ser letal para la ética democrática de ese país.

CONVENCIDOS DE que mejorará resultados quien más haya trabajado para evitar que se repitan las elecciones, Ciudadanos ve en el 26-J la revancha ante la frustración del 20-D. Sus problemas se complicarán si suma con PP y no es capaz de resistir el "abrazo del oso", su discurso regenerador, reformista y ético de la política se caerá como un castillo de naipes.

Debería ser más optimista, pero ¿cómo voy a serlo? Tener a este país durante un año en permanente campaña electoral, con una crisis territorial de caballo, un paro altísimo y el déficit público más alto de la UE, no es precisamente el mejor ejercicio de responsabilidad política. Ir a unas elecciones otra vez para encontrarnos los mismos problemas ¿da para mucho optimismo?