Discutía hace unos días con otro docente español sobre patriotismo al hilo del aniversario de la República y de las banderas. Su intervención inicial, que se produjo de modo informal con profesores de distintos países, fue breve: los españoles podemos aspirar al mismo régimen que nuestros vecinos franceses --donde nos encontrábamos-- pero renunciando a la bandera de la Segunda República, porque había terminado en fiasco. La misma persona llevaba la bandera española actual colgada en su mochila, así que le pregunté por qué el podía exhibir esa bandera con orgullo, como aseguró que hacía, y no entendía que otros hicieran lo mismo con otra bandera que precisamente había sido arrebatada mediante un levantamiento militar, es decir, un golpe de Estado. No obtuve respuestas. Antes le había aclarado que a mí, en general, no me gustan las banderas por su carácter simbólico, lo mismo que me ocurre con otras exaltaciones patrias. La casualidad te lleva a nacer en un lugar o en otro, sin convertirte por ello en responsable de su pasado y su presente. Si en algo tenemos capacidad de influir, en todo caso, es en el futuro, porque el resto nos viene dado. Así que no comparto, e incluso reconozco que me cuesta comprender, el sentimiento de orgullo patrio. La secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, reconocía, al hilo de la tragedia de cientos de inmigrantes africanos en el Mediterráneo, que "si viviera en un país como estos y tuviera un hijo seguramente sería de las mujeres que se meterían en un barco". Vamos que se olvidaría de patriotismos. A la misma se le escapó que habían "trabajado mucho para saquear a nuestro país". Otro lapsus antipatriota.

Periodista y profesor