Uno de los autores que siempre va conmigo es Edgar Allan Poe. Para mí, es una droga, láudano para adormecer la imaginación en sobrenaturales ensoñaciones al filo del más allá... De vez en cuando necesito administrarme una nueva dosis, y justamente la noche pasada acabo de salir de una mayúscula tras leer en un suspiro, insomne, devastado, conmovido, Diez cuentos de terror, que acaba de publicar el sello Reino de Cordelia en una de esas ediciones para conservar siempre. Con bellas y terroríficas ilustraciones de María Espejo y con una nueva traducción del inglés de Susana Carral que, habiendo salido más que airosa de la inevitable comparación con la mítica versión que de todos los cuentos de Poe hiciera hace muchos años Julio Cortázar, la consagra como una de las mejores traductoras del país.

La selección de la decena de relatos, labor harto difícil, ha correspondido a otro experto en Poe, Luis Alberto de Cuenca.

Los diez cuentos elegidos son Berenice, Ligeia, La caída de la casa Usher, La máscara de la Muerte Roja, El pozo y el péndulo, El corazón delator, El gato negro, El entierro prematuro, La verdad sobre el caso del señor Valdemar y El barrril del amontillado.

Una manera, un camino directo de entrar al mismísimo santuario del mítico autor de Baltimore que seguramente no era el yerno ideal, ni un modelo de costumbres, pero sin duda el autor del siglo XIX que más caminos abrió a la literatura del siglo XX.

Como tantos genios, Poe erró por su tiempo sin bridas y sin espuelas, sin ancla ni destino, siendo rechazado una y otra vez por biempensantes y académicos, burgueses y románticos, de modo que casi siempre estuvo solo, a medias con sus fantasmagorías, habitando entre científicos visionarios y espeluznantes visiones, entre hermosas damas vestidas de blanco a la luz de la luna o en casas, como la de Usher, que se caían espiritualmente, como caen los muros de sentimientos y palabras cuando ante la vida se abre el vacío de la ignorancia o de la muerte.

Una excusa perfecta, este maravilloso libro de Reino de Cordelia, para hincarnos de rodillas ante el sumo sacerdote de lo fantástico y rendirle culto como al mejor de los nuestros. Su religión tampoco era de este mundo, y por eso ha sobrevivido, combatiendo siempre la realidad, e inspirando a discípulos y evangelistas, entre los cuales me cuento.