AFranco, me refiero. Aprovechando que el Congreso ha aprobado una proposición no de ley para retirar sus restos del Valle de los Caídos y que, por tanto, es preciso tomar una decisión sobre qué hacer con ellos, una de las opciones sería enterrarlos en una cuneta. Su cuerpo podía ser recogido al alba y llevado, sin conocimiento de sus familiares, a algún lugar secreto donde enterrarlo, para, de ese modo, ser coherentes con el ritual funerario que el franquismo estableció en nuestro país desde 1936 en adelante.

Como comprenderán, no lo digo en serio. Del franquismo es preciso repudiar todo, en especial sus rituales de venganza y humillación. Barbarie no se paga con barbarie, la inhumanidad no debe ser pagada con más inhumanidad. Eso es lo que nos distingue a los demócratas de la bestia fascista. El ojo por ojo del Código de Hammurabi pertenece a 2.000 años antes de nuestra era y se supone que en esos 4.000 años algo hemos debido aprender. Aunque, a tenor de nuestro presente, cabe ponerlo en duda.

Decenas de miles de españoles y españolas --el último recuento hablaba de 120.000-- están enterrados todavía en fosas comunes diseminadas por todo el país. El delito de muchos de ellos fue ser maestros, maestras, o militantes de partidos democráticos, o simplemente ser reconocidos como progresistas, o no frecuentar la iglesia. España es el país del mundo con más enterramientos de esas características. Esa realidad nos habla de un tiempo de terror y barbarie, cuya figura emblemática es la de Franco a quien, sin embargo, se le siguen rindiendo honores en un mausoleo sostenido con dinero del Estado.

La banalización de la dictadura -nada me parece más escabroso que seguir escuchando hablar del «tío Paco» para hacer referencia a un monstruo sanguinario- el desconocimiento de la realidad histórica de nuestro país, es una de las causas de la paradójica situación de que en una sociedad democrática sean protegidos los restos de una dictadura y desamparados los de sus víctimas. Otra es, sin duda, la sintonía ideológica, mal disimulada, del Partido Popular con la dictadura y sus desmanes. Además de ser el partido más corrupto de Europa, el PP es, junto con los neonazis alemanes y el Frente Nacional francés, que llegan incluso a cuestionar el Holocausto, uno de los pocos partidos que se permite hacer apología de una dictadura.

Los antiguos griegos pensaban que sobre la tierra existían diferentes entradas al infierno. En nuestro país, ese infierno tiene una gran boca, el Valle de los Caídos, custodiada, nueva paradoja, por una orden religiosa que, al parecer, nada sabe de caridad cristiana ni de comunión con los humillados, y miles de pequeñas bocas, cada una de las fosas comunes en las que el mal dejó huella en nuestras tierras. Hora es de que los muertos descansen en paz. El verdugo, alejado de cualquier tipo de honores públicos y de notoriedad, allí donde decida su familia. Sus víctimas donde sus familias, también, tengan a bien trasladarlos.

Las voces de siempre repetirán que nos empeñamos en remover el pasado. Un pasado, el de la memoria de los vencedores, que sigue presente por todos los rincones. Sin ir más lejos, con esa gran cruz de Cuelgamuros, que no señala sino un lugar de crimen y humillación. Al parecer, se trata de asumir con naturalidad el pasado de los vencedores, de aquellos que, como decía Walter Benjamin, no han dejado de vencer, y aceptar el escarnio de los vencidos, en la piel de sus descendientes. Frente a la política de la venganza, que aun alienta el PP, una política de la reconciliación solo puede sustentarse en el respeto semejante del duelo de todas las partes. Hasta que eso no se consiga, nadie debería tener la osadía, el cinismo, de reclamarnos que no miremos al pasado. Y del mismo modo que sería una barbaridad exhumar al dictador genocida para lanzarlo a una fosa, es una expresión de barbarie mantener en fosas a los que fueron sus víctimas. H *Profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza