Ocurrió en las pasadas autonómicas y municiaples y ha vuelto a suceder en las catalanas: un solo escaño, apenas un puñado de votos, puede cambiarlo todo. Y donde unos quieren ver inestabilidad otros entienden que el hecho de que los partidos deban afinar sus compromisos y alcanzar pactos plurales fortalece la democracia, porque los gobiernos de rodillos legales, con o sin cómplices, serán ya poco probables.

Una vez más, tras el 27-S, todos declaran haber ganado, pero solo uno es dueño de su destino y tiene la llave que decide el papel del resto: la CUP. Más allá de la ocurrencia de una presidencia coral de tres o cuatro personas (?), sus dos puntales no excluyentes pero sí paralelos son el independentismo y priorizar el rescate ciudadano. Si realmente son capaces de mantener la coherencia en lo segundo e introducir con éxito medidas sociales concretas, el efecto contagio en las generales de diciembre puede ser determinante.

Del resto, destaca el radicalismo (ya que estamos) más del discurso que del programa de Ciudadanos, que capitalizando la lucha contra la corrupción, la transparencia y la regeneración se ha comido a PSOE y PP, y puede marcar tendencia y dirección en su campaña hacia Moncloa. Por el contrario, Podemos ha ido buscando una centralidad demoscópica (por algo Carolina Bescansa es una experta), pero aquel centro ganador del bienestar de las clases medias ya no existe. Conservar lo que aún no se ha ganado, evitar contaminar su marca y alejarse de su esencia y sus círculos les está pesando. Así lo reconoce incluso su propio oráculo, Juan Carlos Monedero. Tampoco Rajoy necesita buscar enemigos más allá de su Aznar. Y Artur Mas, en principio regente entre Jordi Pujol y su hijo Oriol, avanza retrocediendo en escaños hasta que el abismo le alcance sin verlo.

Pero si se desatan tormentas en los cielos, entre élites y elegidos, es porque ahora el partido, más que nunca, se juega a ras de suelo. Las viejas bases fidelizadas e incondicionales son cosa del pasado; las nuevas son volátiles, acuden a las expectativas pero castigan las decepciones en las urnas. Pasó en marzo y ha ocurrido ahora. Y el 20-D está ahí mismo. Periodista