El yihadismo se ha cebado en Turquía. En un año, el número de muertos en atentados atribuidos mayoritariamente al mal llamado Estado Islámico (EI) se sitúa alrededor de 250, incluidas las más de 40 víctimas registradas en el perpetrado la noche del martes en el aeropuerto Atatürk de Estambul, el tercero de mayor circulación en Europa. Turquía paga un precio muy alto por su cercanía al epicentro de la violencia que se desarrolla en la vecina Siria y en Irak, pero esta violencia tiene una derivada que afecta directamente a Estambul, la kurda.

La política del presidente Recep Tayyip Erdogan se ha inclinado de forma a veces abierta, pero casi siempre subrepticia, por combatir a las milicias kurdas antes que a los yihadistas, cuando se da la circunstancia de que quienes han sabido detener de una forma más eficaz y duradera a los hombres del EI han sido precisamente estas milicias. Hay informes fiables y pruebas documentales de la ayuda a yihadistas (por ejemplo, en el paso de terroristas por la frontera), como las hay de la colisión de intereses (en la venta del petróleo que el EI saca de las zonas que controla, por poner otro ejemplo). Tras el atentado del martes, Erdogan ha dicho que se trata de un punto de inflexión y ha pedido unión en la lucha global contra el yihadismo. Sería bueno para Turquía, pero también para el resto de Europa, que Estambul identificara de una vez por todas y sin ambigüedades quién es el verdadero enemigo.

El último atentado tiene, además, un efecto nefasto sobre la economía del país, en la que el turismo es fundamental. Erdogan acababa de normalizar las relaciones con Rusia tras su boicot a productos turcos y al turismo después del derribo de un caza ruso el pasado noviembre. Y unos días antes lo había hecho con Israel, después de que el asalto israelí a una flotilla que pretendía aliviar el cerco sobre Gaza en el que murieron 10 turcos causara la ruptura de relaciones. Tanto Rusia como Israel han sido grandes contribuyentes a la industria turística del país euroasiático. Esta política de normalización de relaciones indica la necesidad de recuperar un sector seriamente afectado por aquellos graves incidentes bilaterales. El atentado en un aeropuerto por el que circulan más de 60 millones de pasajeros al año no ayudará a la recuperación. Por todo ello, Erdogan no puede seguir jugando a dos cartas.