En agosto hago una inconsciente evaluación de las mujeres que pasan a mi lado. El resto del año, también. Rostro, pecho, cadera. Hay amigos que aseguran que evalúan en sentido inverso. A veces la gloriosa armonía contemplada me trae a la boca la exclamación ¡guapa! Jamás me he atrevido a expresarla porque si la guapa se detiene y me mira con reprobación, me fundo de vergüenza. ¿Seré un machista retrógrado al que acusarán de violencia de género? Aseguran desde el Observatorio Contra la Violencia de Género que el piropo hay que erradicarlo porque nadie tiene derecho a hacer un comentario sobre el aspecto físico de la mujer. Aunque el piropo sea fino y halagador. Desde luego que estoy en contra del comentario cercano al escupitajo y la frase babosa, pero me encantaría que cualquier dama soltara una consideración grata sobre mi aspecto. No caerá esa breva. Para mitigar mi complejo de culpa me digo que las miradas estimativas obedecen al gen egoísta y releo a Darwin. En el prólogo de El origen del hombre, se excusaba : "La principal conclusión a la que se llega en este libro, es decir, que el hombre desciende de alguna forma de organización inferior, será, lamento pensarlo, muy desagradable para muchos". El título completo es El origen del hombre, y la selección con relación al sexo. A Darwin lo puso en la pista sobre la selección sexual la fastuosa cola del pavo real. No representaba ninguna ventaja evolutiva, una inutilidad que exigía un enorme gasto de energía. ¡Ah, pero el macho que desplegaba aquel abanico multicolor se aseguraba a las mejores hembras! Trasladando el hecho a los humanos comprobó que desde la noche de los tiempos, hombres y mujeres dedican grandes gastos energéticos a potenciar su belleza para asegurar un apareamiento que garantice su progenie: cantos, danzas, anillos, pinturas en el rostro, adornos en el peinado, afeitados, perforaciones en labios y orejas, medallones, collares... En fin, la traducción actual en un gran almacén sería secciones de ropa y calzado, joyería y bisutería y moda en general. Más los anejos de peluquería, gimnasio y cirugía estética. Sugiere incluso que de las danzas y cantos del cortejo nació la música y la poesía. El sabio inglés considera que desde el Pleistoceno los machos se sienten atraídos por la belleza femenina, y las hembras tienen en consideración las propiedades de ganados y tierras del macho, que garantizan la larga crianza de una prole desvalida. Bueno, me voy quedando más tranquilo: durante milenios mis antecesores hicieron lo mismo que yo, fijarse en los signos externos que delatan la belleza del sexo opuesto. Los negocios de la moda, cosmética y perfumería, así como los coches de lujo y artículos de ostentación, ya estaban en embrión en la noche de los tiempos. ¿Qué diría Darwin de una mujer que camina airosa montada en unos zapatos de tacón de aguja? Antes de que me acusen de machismo concluyo con una declaración. O evidencia: la mujer tiene las mismas capacidades y derechos que el hombre. Es vejatorio que no alcancen la equidad en puestos de dirección y vergonzoso que subsista la brecha salarial entre hombres y mujeres. En lo demás son, maravillosamente, diferentes. ¿Me arriesgaré a decirles: ¡guapas!? Como no me atrevo a hacerlo de viva voz se lo escribo a usted, hipotética lectora.

*Escritor