Según los teóricos, mientras se difuminan las clasificaciones sociales típicas de la Edad Contemporánea (burguesía, proletariado, cultos, analfabetos funcionales, creyentes, ateos o incluso rockers y mods), aparecen otras, capaces de definir a nuevos grupos que comparten algún tipo de ideología, manía, fobia o filia. La pertenencia a colectivos específicos definidos por aficiones, patrones de consumo, preferencias sexuales o actitudes de cualquier tipo distingue hoy a unas personas de otras. Las masas se disgregan, porque la diversidad es característica fundamental del mundo posmoderno. Pero existe un factor que sí determina diferencias notables: vivir y pensar (votar también) en clave urbana o rural. Ciudad y campo describen maneras de ser, intereses económicos o políticos, cultura y hábitos.

Pero lo urbano no ubica a la gente según el tamaño de la localidad en la que vive. No sólo. Puedes estar avecindado en una zona residencial relativamente pequeña, pero que, si forma parte de un área metropolitana, asume los paradigmas de la gran ciudad. O habitas en una población de setecientos mil habitantes y sigues inmerso en la atmósfera rural que te transmitieron padres y abuelos. Es lo que pasa en Zaragoza.

A la capital aragonesa le puede su alma campesina, y allí busca señas de identidad. Por eso, creo yo, Aragón TV programa a diario jota, ruralidad y un tratamiento de los temas sencillo y campechano que predomina por encima de espacios más sofisticados y rompedores. Claro, los mayores acontecimientos cesaraugustanos tienen que ver con procesiones, ofrendas de flores, aguantar sentado en La Romareda partidos de Segunda y salir al Centro los fines de semana (o a las carpas durante las fiestas). No hay ningún evento cultural propio que destaque. La gastronomía es (salvo excepciones) muy ramplona. La gente viste bien, pero con notable contención. En general, los ricos no compran cuadros y las clases medias leen poco... Eso sí, se vive, bien y tranquilo. El personal desborda cordialidad. Un simpático pueblo grande.