Las mujeres desfilaron por Zaragoza (por Aragón) como un solo ejército, enarbolando la bandera morada de su maltratada patria, mirando de cara, sintiéndose orgullosas de su lucha por vivir y dejar de sobrevivir. La historia les debe demasiadas facturas, pero no había en su firme paso reivindicativo intención alguna de cobro ni exhibición de cicatrices. El 8M ha sido su día y lo han recorrido por las calles para dejarse escuchar hoy, mañana y pasado mañana, gritando que su guerra consiste en caminar por fin en paz sin firmar armisticios. En esa marcha que comenzó en la medianoche del miércoles y tuvo continuidad durante una jornada de espectacular e histórica participación, han reivindicado un trato igualitario a todos los niveles. No quieren ser más, pero sobre todo nunca menos. Reclaman una sociedad mejor, de libertades compartidas. De respeto. En una ciudad que se baña en nombre de mujer, que la rinde admiración y la recibe en la basílica del Pilar, la Puerta del Carmen, La Seo, la Magdalena, la Muralla Romana, la Aljafería, el Patio de la Infanta, La Lonja, la Romareda, la Torre del Agua, Independencia..., las mujeres han parado un mundo del que aún son viajeras de segunda clase. Suya ha sido la tierra durante 24 horas y en ella han depositado el germen de la esperanza. Hoy han amanecido de nuevo en el planeta de simios. El 9M nace cargado de poderosas razones para no desfallecer después de esta sencilla y rotunda lección de humanidad.