Presentado en el concesionario de Jaguar, el Real Zaragoza circula ahora con un inconfundible traqueteo de tractor de segunda mano. Ha perdido el encanto de la marca, de una propuesta de belleza y velocidad para llegar antes que nadie al ascenso. Si es que en algún momento dispuso de esas virtudes, porque el tiempo ha demostrado que esa puesta en escena que apostaba por el espectáculo era puro márketing, o un error de cálculo e ilusiones. En los dos últimos partidos, en los que ha sumado casi los mismos puntos que en los cinco anteriores (uno menos), no es que haya dormido a las ovejas, es que las ha hecho entrar en coma con un juego criminal: el cambio radical de sistema y la aparición de nuevos futbolistas han cortado las venas del Lugo y del Alavés y no ha recibido un gol. ¿Es peor equipo, juega peor? Todo lo contrario. Alejado ya del flechazo del amor estival, ha entrado en el duro invierno de esta categoría con ropa de abrigo más adecuada, con un espíritu tribal que augura mejores resultados entre la agonía y no pocas tardes con la mandíbula desencajada por el aburrimiento.

Lo que puede parecer una involución es un paso adelante. Lo que se interpreta como un atentado contra la sacrosanta idiosincrasia de un equipo históricamente elegante, supone un reajuste necesario al rabioso e incómodo presente. El Real Zaragoza de las tres mediapuntas con Aria en el que se obcecó Ranko Popovic era un suicidio colectivo y personal. Se daban pinceladas al aire fuera de todo marco competitivo, expuesto el conjunto a una poesía inexistente y a rivales más prosaicos y efectivos. Ese giro hacia el resultadismo o simplemente hacia la aceptación del yo que en otras épocas habría ocupado el top ten de los sacrilegios, significa el hallazgo de un camino después de haber descartado más kilómetros por la autopista de la muerte. El desvío hacia esa carretera secundaria, de paisajes y asfalto calcinados, transportan al conjunto aragonés al auténtico escenario de la Segunda División y al mejor aprovechamiento de sus piezas y su mecánica. La irrupción de Erik Morán y Diamanka en la titularidad son dos claros ejemplos de este nuevo Real Zaragoza de rueda ancha y firme.

Aún a rebufo de sí mismo y de una progresión paralela a la aclimatación de este sistema con doble red de seguridad y reducida capacidad goleadora, el conjunto aragonés ha descubierto un aspecto fundamental y que debería de acelerar su ambición: entre el grueso de los participantes en la competición no se vislumbra ni un solo bólido. El parque móvil de Segunda está compuesto por modestos utilitarios, algunos mejor tapizados que otros, de equipos que no ofrecen una fiabilidad intachable. No es cuestión de esperar al pinchazo del enemigo, sino de pulir esta personalidad poco vistosa para ir ganando posiciones con victorias más rumiadas que elaboradas. Y de que Popovic deje que el tractor lleve su marcha poco atractiva pero con un piloto automático más convincente que el de aquel Jaguar con el que se estrelló. Vamos que no intente tunear este cacharro de blindaje monocolor.