Nos recuerda Ernst Cassirer que a través de los rostros de Rembrandt podíamos reconstruir toda su historia, el desarrollo de sus vicisitudes, de su personalidad. Algo así ocurre con las novelas de José Carlos Somoza, cuya suma acaso refleje la múltiple visión --pero la sola naturaleza-- de este versátil, camaleónico y excelente escritor.

La última novela de Somoza, Zig Zag, no tiene mucho que ver con La Caverna de las ideas, o con Blanca en la penumbra, por citar dos de las obras más justamente aplaudidas del autor; y, sin embargo, entre sus diferentes urdimbres puede que asome una misma y proteica realidad: el mundo intelectual, simbólico, paradójico y metamórfico de un artista exigente y tal vez insatisfecho.

En Zig Zag, que es, en efecto, una metáfora de la ciencia, de las coordenadas kantianas de espacio y tiempo, y del lugar y momento del hombre en el universo, laten ecos de otros maestros de la antinomia literaria, del terror y la intriga: Wells, Lovecraft y Borges, desde luego, pero también, amenizando la carga teórica, Bioy Casares o el mismo Verne. Todo ese poso cultural, que enriquece la creación somocista, obra en Zig Zag al servicio de la trama. Pues en ningún momento olvida su autor quién es (el oficio de su naturaleza) : un novelista.

Y de los más dotados, sin duda, del panorama actual. Porque un material como el que ha elegido para trabajar, para fabular --las cuerdas del tiempo, los aceleradores de partículas, la física atómica aplicada a la psicología freudiana-- sería, en manos de otro, un magma de compleja ecuación en placeres narrativos. Somoza lo consigue, sin aparente esfuerzo, documentándonos sobre las diabólicas posibilidades de la física nuclear y haciéndonos disfrutar con cada una de las seiscientas páginas de Zig Zag.

Hay, en la novela, un coro de excelentes personajes, a cual mejor dibujado. Físicos, informáticos, paleontólogos e historiadores que se verán embarcados en un proyecto científico tan sugerente como en apariencia descabellado: abrir esas cuerdas del tiempo para que el pasado retorne en imágenes hasta el presente y nos faculte la posibilidad de desvelar algunos de sus más recónditos secretos.

Confinados en una isla del Índico, los científicos protagonistas accederán, en efecto, a algunas de esas estremecedoras visiones: las islas de Gran Bretaña cubiertas por las glaciaciones pleistocénicas o un monte de la Jerusalén de principios de siglo con tres cruces clavadas encima...

De fondo, implicándose Somoza en una larga tradición novelística inspirada por el suspense científico, y por la fábula, yace la vieja dicotomía entre el bien y el mal, la pugna entre Dios y la más rebelde de sus criaturas, el riesgo de correr los velos secretos que ocultan la maquinaria secreta de la Naturaleza y la tentación de acceder a sus fuentes secretas...

Estos, con el tiempo, son los temas de fondo. Las virtudes técnicas de Somoza y su exquisito virtuosismo escénico convierten esta novela en un vehículo ameno y singular para visitar el pasado.

Escritor y periodista