Luis Cid Pérez, Carriega, falleció en la madrugada de ayer a causa de un infarto en Allariz, Orense, el pueblo que le vio nacer hace 88 años. El entrenador que llevó al Real Zaragoza a su mejor clasificación histórica, el subcampeonato de la 74-75, se apagó en la casa que construyó imitando la estructura de la Ciudad Deportiva del club aragonés, en cuya entrada dan la bienvenida dos balones convertidos en Zaragoza en dos faroles, cuyo dormitorio preside una Virgen del Pilar. Carriega jugó en cuatro equipos y entrenó a doce clubs diferentes pero el Real Zaragoza (1972-1976) dejó una huella especial en su vida y la de su familia. También al revés. El club zaragozano hizo públicas sus condolencias y envió una corona de flores a la familia, que agradecieron sinceramente.

Con 88 años recién cumplidos Carriega repasó su trayectoria para EL PERIÓDICO DE ARAGÓN en una entrevista publicada el pasado 8 de enero que el exentrenador releía todos los días en el ejemplar que le envió este diario. Su memoria se perdía en los detalles pero recordaba lo fundamental. Carriega y toda su familia, su esposa Luisa Babarro y sus hijos Paco y José Luis, fueron felices en Zaragoza. «Estuve encantadísimo los cuatro años, como toda mi familia», recordaba con calidez en la voz y un afecto sincero, lamentando no poder volver a visitar la ciudad y los amigos dejados.

Carriega recordó cómo Avelino Chaves, gallego cómo él, le convenció de venir al Real Zaragoza tras la llamada del presidente Zalba y la visita de Eduardo Gil y su hermano a Gijón cuando todavía entrenaba al Sporting. Rememoró sus encuentros y desencuentros con los Zaraguayos, la invitación a un buen cocido gallego que les hizo a Arrúa y Diarte, los post entrenamientos con el divo y Ocampos en los que les retaba a rematar de cabeza, sus vigías en la puerta de la discoteca Iguana donde los jugadores acostumbraban a ir algunas noches. «Entrenaban bien, los llevaba bien y estaban bien preparaditos. Les hablaba mucho, les explicaba mucho, les daba charlas y funcionaba estupendamente», explicaba él mismo.

Carriega llegó a un Real Zaragoza deprimido tras el final de los Magníficos y le devolvió el esplendor con los Zaraguayos. Cogió un equipo recién ascendido y lo devolvió a Europa. Fue un padre, un entrenador, un psicólogo. Un hombre bueno que marcó a todos los que le conocieron. Gobernó con mano izquierda un vestuario difícil, lleno de estrellas y egos, e hizo jugar bien y ganar al Real Zaragoza, 33 meses invicto en La Romareda. Nunca antes ni después el club ha sido segundo en la Liga. En 1976 fue también subcampeón de Copa, cuando Carriega ya había anunciado que su ciclo en Zaragoza tocaba a su fin. Con 165 partidos es el tercer técnico que más ha dirigido al Real Zaragoza, solo superado por Víctor Fernández y Luis Costa. Únicamente Fernández ha estado más años seguidos que él.

Su estilo fue único e inconfundible. El contragolpe, el sello letal de todos sus equipos. «Era estupendo, lo hacía en todos los equipos muy bien, muy bien. Nada de ir toma, toma, toma. No no, a estar bien atrás, cerrar todo bien y en cuanto cogíamos la pelota, a toda máquina y ya había tres hombres esperando el balón, los extremos y el delantero centro. Eso era lo normal, un 4-3-3. Era mi sistema de referencia», rememoraba con total lucidez. El gallego sabio, como le llamaban en su tierra, mandó plantar ajos en las porterías, vestía siempre el mismo traje y gabardina el día de los partidos y no faltaba cada viernes en su oración a San Judas Tadeo en El Pilar, donde le pedía la victoria del Real Zaragoza.

Carriega fue un hombre de fútbol. Ese era el tema de conversación en su casa en el desayuno, la comida y la cena, una afición que mantuvo hasta el final. Le gustaba desplazarse a Orense y Vigo para ver los partidos en el estadio hasta que ya no pudo conducir y tuvo que conformarse con la televisión. Hasta no hace mucho participaba todos los viernes en una tertulia futbolera organizada por la Cadena Ser y se acercaba cuando podía a ver los entrenamientos de su hijo José Luis con las categorías inferiores del Ourense. Su vida en los últimos meses consistía en leer la prensa y tomar un mosto por las mañanas, descansar e irse al hogar del jubilado a jugar a las cartas con los amigos antes de cenar.

Delantero en Segunda División de 1949 a 1957, destacó por su remate de cabeza pese a no ser especialmente alto. Su carrera en los banquillos comenzó en Cartagena, donde se había retirado, y brilló en el Sporting, donde descubrió a Quini y devolvió al equipo a Primera, el Real Zaragoza, el Betis y el Sevilla (solo tres técnicos han dirigido a los dos equipos, Luis Aragonés, Miguel Muñoz y Carriega), el Atlético de Madrid, Celta, Elche, Figueras y Orense, donde puso punto y final a 30 años de carrera. Descanse en paz un entrenador único.