El primer proyecto con cuña de autor de Manolo Jiménez en el Real Zaragoza, este que ha llevado al equipo al parón de Navidad a estar con siete puntos de renta sobre el descenso, se construyó de acuerdo a una premisa innegociable (fichajes mayoritariamente en propiedad) y sobre tres líneas maestras: futbolistas jóvenes con hambre y ambición (Víctor, Álvaro, Abraham, Montañés...), el mantenimiento en la plantilla de dos pilares fundamentales (Postiga y Roberto) y la inversión en Sapunaru y dos hombres hechos para el centro del campo (Romaric y Apoño). Uno de ellos no ha salido bien y el otro, Antonio Galdeano, es titular indiscutible para Jiménez. A última hora, la aparición de Movilla insistió en esa apuesta y la enriqueció.

Hasta ayer había alcanzado un nivel notable en algún partido pero en otros, más que menos, apenas había nada que recordar de sus actuaciones. El recital de Apoño en La Catedral del fútbol es para recrearse en él. Y, después, para reflexionar sobre su figura. Taconazos, sombreros, ruletas a lo Zidane, pases sin mirar, autoridad, calidad en cada toque, detalles bellísimos, esfuerzo, actitud y otro gol de penalti, lanzado con la misma seguridad de todas las veces. No es Iniesta y nunca lo será, pero cuando juega a esta altura sobresaliente, para el Zaragoza es como si lo fuera.

Este es el artista que fichó Jiménez y al que quería a toda costa en su proyecto. Si en Bilbao hizo lo que hizo, es que lo puede hacer más veces. De modo que es legítimo pedirle que dé ese tono con cierta regularidad. Ese debería ser el desafío de Apoño en la segunda vuelta. Estar centrado, ser profesional, responsable y serio, no perderse en los laberintos del fútbol, poner esa calidad al servicio del colectivo y darle al Zaragoza más partidos así. Fue un recital. Sí señor. Un recital.