Vienen a la memoria del zaragocismo el penalti inventado de Borja ante el Tenerife, aquella expulsión de Fernández en Gijón por el teatro de Jony o el gol mal anulado en Lugo a Eldin. Eso, por citar los errores más gruesos, El arbitraje en Miranda no ayudó nada. Es más, le perjudicó. Y no es menos cierto que da la sensación de que al Zaragoza es demasiado fácil sacarle amarillas. Aún más a Jaime Romero, como ya se vio en Albacete y se repitió ayer con la actuación del asturiano González Fuertes, más que sibilino en el reparto de amarillas. Y está claro que los colegiados le han cogido la matrícula al manchego.

Sin embargo, no es menos cierto que harían mal Popovic y sus chicos en solo mirar a los colegiados. Ni el propio Jaime fue capaz de decir si había sido penalti o no. No debió expulsarlo, pero tampoco el jugador, que cometió una torpeza similar en Albacete al ver su segunda amarilla, debió estar en el campo con el peligro de esa amonestación. Popovic debió relevarlo antes y no es la primera vez que el serbio, buen motivador y que ha levantado al equipo, se equivoca en la gestión de los cambios.

Al final, el Zaragoza cuenta con motivos para sentirse agraviado, para tener la mosca detrás de la oreja con los colegiados, pero la necesaria autocrítica es importante. González Fuertes quitó mucho más que dio al Zaragoza en Anduva. Pero no fue el único culpable del empate.