Parecía haberse creído el señor Real Zaragoza que su presente deportivo, sobre todo su futuro económico, estaba bien cimentado en el plan defensivo urdido en aquella semana de pesquisas de despacho y una nueva disposición, ordenada, natural, sobre el césped. Se llegó a entender casi como dogma de fe sobre el que construir su verdad, algo así como un principio científico innegable. No lo es, claro, aunque haya sido útil en largas tardes. Quizá por eso olvidó pensar en la otra dirección, la que ha venido siendo común en el fútbol de casa, la que marca el largo recorrido de las conquistas arduas.

Es el caso, bien se sabe. Cualquiera diría que en esta categoría tan rara --perdón, tan mala--, los ascensos no se ceñirán a la normalidad de los últimos años. No hay más que ver la maraña clasificatoria actual, explicativa del asunto. El Zaragoza está a tres puntos del primero y a otros tantos del decimocuarto, que le debe importar un bledo. Además, tiene el descenso a dos partidos. El contexto está claro. Cada cual que mire adonde más le plazca, pero no parece sencillo que a un equipo tan avaro en casa, tan obtuso, en abundancia perdedor, le alcance para estar entre los dos primeros sumando solo el 57% de sus puntos. Es un problema. Diríase un problemón si se piensa en cómo sacó adelante las cuatro jornadas ganadoras ante su publico.

¿Defiende bien? Claro. ¿Ataca mal? Clarísimo. Aunque ya se conocían las dificultades ofensivas del equipo y se admiten carencias técnicas y tácticas, sorprende que el Zaragoza siga sin saber cómo atacar un encuentro en La Romareda. Producía curiosidad averiguar si la creciente fertilidad de puntos le serviría para enfrentarse a un partido nacido del revés. Pues bien, la respuesta es la imaginada. El equipo aragonés desparrama incapacidad con el balón en todos los estadios del partido. Si acaso se salva Hinestroza en su modo individual, cuando puede, cuando quiere. Evidentemente, es insuficiente el talento de un futbolista ante un equipo como el Valladolid, que no compuso una gran obra por otra parte. Le bastó un blindaje de un bajo nivel de complejidad para repeler todos los ataques de su enemigo.

13 goles

Es poca cosa este Zaragoza con el balón, casi nada. Seguramente por eso solo lleva 13 goles en los mismos partidos. Ni está trabajado ni parece poseer dos o tres resortes básicos que le ayuden, en momentos de gran necesidad, a empujar al rival hacia territorio propio para generarle ocasiones con nobleza común, aunque solo sea por dar miedo, por ganarse respeto. Adviértase que se dice solo empujar, no aplastar, acción históricamente común en La Romareda cuando los partidos se iban por el sumidero.

El Zaragoza no es inteligente en el nacimiento de las jugadas, más ahora que la cultura del pelotazo le ha desacostumbrado al buen trato, al gusto por el balón desde la salida. Tampoco tiene una mecánica de construcción en el centro del campo, donde no hay elaboración. Ni hablar de los últimos 20 metros, con nula imaginación. Se dirá que todo eso ya se sabía, incluso que el club se ha puesto en marcha para solucionar el asunto último. Más allá, necesita otro plan de ataque. Para que le baste, para que no canse su manifiesta incompetencia.

Popovic vio el partido que le interesó y dijo que se marchó satisfecho con su equipo. Incluso aseguró que había dado buena imagen. Cuando el discurso del entrenador tiene aire crispado, se sabe que el asunto no ha ido bien, que se siente culpable. No lo dice normalmente. Como no explicó por qué su equipo fue incapaz de chutar a puerta una sola vez cuando perdía 0-2 y mostró un ataque de incapacidad.