Aquel 4 de junio en Palamós marcó un antes y un después en la historia del Zaragoza, porque una humillación semejante solo puede significar una metamorfosis de grandes dimensiones. Dos meses y medio más tarde, el zaragocismo se ha lamido sus heridas, ya muy abiertas por la negra historia reciente, por la decadencia iniciada con Agapito Iglesias y de la que el club, ahora con la Fundación 2032, no logra levantar la pesadísima losa que dejó el soriano. Tras Palamós, tras el varapalo, con poco margen económico por el peso de las deudas y de los límites de la Liga, la SAD apostó por enarbolar dos banderas, las de Cani y Zapater, con las que recuperar sentimiento e identidad, a la par que situar en el vestuario a dos referentes indiscutibles, también para la grada.

Los dos, pasado glorioso de indudable corazón zaragocista, estaban ahí, en un momento de sus respectivas carreras en las que ese regreso se podía dar. Se debía dar, habría que añadir. Zapa, a sus 31 años, tras una tortuosa cadena de molestias en la ingle y en la espalda, había retomado vuelo junto en la Ciudad Deportiva, superados unos problemas que le habían dejado casi tres años sin jugar un partido oficial. El Zaragoza le abrió las puertas, como también a Cani, que, con 35 años, estaba a la espera de un último destino futbolístico tras triunfar en el Villarreal y pasar después por Atlético y Deportivo. Ahí, apareció el Zaragoza, una llamada a filas que el mediapunta de Torrero no podía rechazar, aún menos si antes que él había llegado su amigo, que le abrasó a mensajes para terminar de convencerle de que ambos tomaran la enseña zaragocista, para capitanear el nuevo proyecto.

El zaragocismo se levantó entre la frustración y el dolor para recibir a ambos, para decirles a Cani y a Zapater que, si ellos portaban esa bandera, recuperar la ilusión y la convicción en el ansiado retorno a Primera era obligado. Más de 5.000 zaragocistas se dieron cita en las presentaciones de ambos, una señal indiscutible de fe en dos jugadores en tiempos donde las puestas de largo en el Zaragoza apenas arrastran a aficionados por el poco relumbrón de los nombres. Antes que ellos llegó Luis Milla como capitán del barco, como encargado de dirigir el ascenso, y después ocho nuevos futbolistas --el portero Irureta, Fran, Marcelo Silva, Popa, Casado, Álex Barrera, Xumetra y el también aragonés Edu García--, además de las renovaciones de Ros y la sufrida de Lanzarote y el ascenso al primer equipo del meta Ratón.

Un cambio radical, una transformación donde el zaragocismo se agarra a sus dos emblemas recuperados, Zapater y Cani, en buena lógica los dos capitanes de la plantilla, como no podía ser de otra manera. Hoy volverán a juntarse sobre el césped con la misma camiseta zaragocista, algo que no sucede desde la final de Copa en el Bernabéu perdida con el Espanyol, un 12 de abril del 2006. Más de 10 años...

Poco después, Cani puso rumbo al Madrigal cuando Agapito Iglesias acababa de entrar en el club en una operación cerrada por Soláns en 8,4 millones. Dijo adiós dejando indudables muestras de talento y rozó ir al Mundial. En el Villarreal ofreció todo su fútbol, el que ahora, cuando su carrera ya está en los estertores, aún mantiene latente. El talento no se pierde y Cani lo tiene a raudales, aunque su físico no sea el mismo, pero lo cierto es que nunca vivió de él. Con todo, el Zaragoza se asegura con él último pase e improvisación, oro puro en esta Segunda, gotas de calidad para desequilibrar defensas y para dibujar pases que otros ni imaginan.

Cuando Zapater se fue en el verano del 2009 tras el ascenso y con destino al Genoa lo hizo entre lágrimas y como capitán. Zapa aprovechó la ocasión de Víctor Muñoz y se hizo un hueco en el corazón del zaragocismo por su despliegue y su fortaleza, pero también por su capacidad para el trabajo, su honor y su orgullo. Agapito no tardó en ponerlo en el escaparate cuando Marcelino le dijo que no era imprescindible y ahí empezó un periplo por Genoa, Sporting de Lisboa y Lokomotiv, donde los últimos años, desde 2012, fueron una pesadilla iniciada con una operación de hernia inguinal y continuada en la espalda.

Cuando todo era oscuridad, cuando la retirada parecía el único final, Zapater comenzó a trabajar junto al fisioterapeuta Andrés Ubieto y la mejoría llegó. El ejeano mostró en esta pretemporada que vuelve a ser un portento físico. No como cuando se fue, claro, pero sí para aportar aplomo y kilómetros en la medular. Zapa corre y Cani juega. Y el Zaragoza se agarra a ese dúo, a esa bandera.