Bajó dos balones de espaldas al área en Valladolid, de esos difíciles de verdad, de los que parecen aerolitos aunque les llamemos melones, y a más de uno se le abrieron los ojos pensando qué cantidad de sorpresas podría guardar Jean Marie Dongou dentro de ese fibroso corpachón negro, y si podría sacarlo, y cuándo. Fueron un par de gestos de calidad, poco más dentro de una actuación que Carreras quiso acentuar después pero que, en general, desasosegó al pueblo zaragocista. Se percibió un jugador despistado, casi atolondrado, equivocado en conceptos y momentos. Lo fue, seguro. Quizá lo tenga que seguir siendo por un tiempo, mientras se adapta a la verdad del fútbol, como dice su entrenador. A la cruda realidad, que diríamos por aquí, es a lo que se está enfrentando este futbolista que salió de Camerún con 13 años para jugar en el Barcelona y no había conocido otro estilo de fútbol que el de la escuela azulgrana, con todas sus consecuencias.

El martes cumplió 21 años (nació el 20 de abril de 1995, por si alguien quiere buscarle el guiño a la fecha) y ayer dejó su primera buena tarde en La Romareda. Incompleta, se puede argüir, por aquello de que falló dos contras simples ante Dmitrovic, goles que le habrían abierto la puerta grande, que enseñaron que le falta aún una pizca de confianza, un punto de velocidad; estupenda también, con movimientos inteligentes, desmarques de ariete, un gol de delantero, un golazo... Y un gran juego de espaldas, otra vez. Como en Valladolid, pero con mayor constancia y más influencia en el juego de ataque.

Es joven, tiene talento y es bien feliz en La Romareda, también en el vestuario, donde va cuajando sin descorazonarse. Entendía que su momento estaba por llegar y lo esperó. Ayer lo cazó, como el balón que convirtió en el primer gol, un pelotazo cruzado en diagonal por Rico que orientó con el pecho en carrera y mandó a dormir a la red del Alcorcón con un voleón. Fue un ejercicio de coordinación y talento que puso al Zaragoza por delante y levantó a La Romareda que, embobada, se desgañitó con aquello de que sí, joder... Y sí, es para pensar en ascender. Lo piensa ya la gente abiertamente, en voz alta, sin temor alguno. Lo dice también el protagonista, que tira el órdago: "Jugando así no nos va a ganar nadie. Creo que podemos ganar los siete partidos que quedan".

Al Zaragoza se le ha aparecido un delantero a siete jornadas del final. Muy completo, porque es notable en casi todo. Si le pierde algo es la bisoñez, pero eso, claro, tiene solución. Sus condiciones no son tan fáciles de encontrar, mucho menos en esta desabrida Segunda. Su segundo gol ayer es de delantero de los de toda la vida, de área, llegada, remate y precisión. "La mitad fue de Pape (Diamanka)", agradeció después este hombre afable que, cuentan, no solo ama el juego sino que tiene grandes conocimientos sobre el fútbol. Siendo así, habrá aprendido que esto no es el Barça pero que se puede disfrutar igual aun siendo de otra manera. Bienvenido sea, en cualquier caso, el señor delantero. Con sus goles, el Zaragoza estará tan cerca de Primera, tan cerca, tan cerca de verdad...