Rubén Gracia Cani se dió a conocer en 30 minutos contra el Barcelona en La Romareda. Jugaba el Real Zaragoza la última jornada de la Liga 2001-2002 ya descendido a Segunda y Marcos Alonso le hizo entrar al campo por Luciano Galletti. Era un chico de 20 años, flaco, con cara de listo y un caño preparado para Reiziger con el que presentó su personalidad en público. Alegre, descarado, pillo y hábil. Hoy, a las puertas de los 35 años estudia si poner fin a su dilatada carrera con un regreso al club donde se formó y triunfó no sin sufrir duros exámenes de evaluación desde el primer día de clase (lo del talento bajo sospecha). Se le pide, casi se le ruega, que se una a un proyecto de reconstrucción sentimental que ya cuenta con un primer piloto, Alberto Zapater.

El Niño, en su imagen bien ganada de perenne travieso, siempre ha tenido un punto de madurez reflexiva acentuado con el paso del tiempo. Está dispuesto a volver a casa por cariño, pero no a cualquier precio sin que el dinero ocupe un lugar prioritario: además de sus lícitas pretensiones en la extensión y particularidades del contrato, quiere ser partícipe de un Real Zaragoza ambicioso, no de un equipo que agonice en la mediocridad o en aventuras imprevisibles. Esa altivez está legitimada por un futbolista que defiende su estatus pese a su veteranía, un orgullo personal que pretende inyectar a un club ahora mismo tímido y agredido por su situación económica. Si vence Cani en este pulso, sin duda vencerá el Real Zaragoza. De su triunfo en la negociación podría emerger una plantila mejor y un panorama competitivo más ilusionante. Esta serie de regates no buscan un caño para la galería, sino una luz que compartir al final de los túneles: el del equipo aragonés, bajo la sombra del árbol del ahorcado, y el suyo personal después de tres temporadas poco satisfactorias.

Deportivamente, y estableciendo las oportunas y justas diferencias, la figura de Cani tendría cierto parangón con el significado de Juan Carlos Valerón para la UD Las Palmas. El Flaco volvió sobre sus huellas con 38 años para impulsar al club canario hacia la Primera División. Siendo un referente el primer curso, en el del ascenso apareció minutos sueltos para dotar a los partidos de su sabiduría: cada balón en sus pies era un ser inteligente. Rubén jugaría un papel si no similar si de parentesco con el de Valerón. Traería la elegancia y la clase de un jugador lógicamente menos veloz y quizás con menor resistencia pero capacitado para vestir el juego del Real Zaragoza con lujos inimaginables en Segunda. La Romareda, además o sobre todo, recuperaría a un artista para sentirse por momentos como aquel estadio que acogía varias exposiciones de genios a la vez.