Lalo Arantegui ha realizado una cruda exposición de la realidad y de su ideario, moldeado tras una minucioso estudio de las necesidades y forzado por el descubrimiento diario de males sólo perceptibles con el tiempo y el conocimiento. En el Real Zaragoza, los discursos de la mayoría de sus protagonistas o los comunicados puntuales se suelen servir tirando a chamuscados, salteados de culpas ajenas, torpes quiebros taurinos y justificaciones. El director deportivo, propulsado por la frescura en el cargo, la ilusión y un presupuesto de clase media-baja, se ha desmarcado de esos malos hábitos culinarios: quería aplicar una cirugía menos invasiva en la plantilla, pero ha visto lo suficiente como operar con martillo.

El equipo confeccionado por los otros, como ha quedado en evidencia a lo largo de una temporada infernal, no tenía un pase ni para competir. Así que lo ha desmontado todo, lo que confirma la independencia de su trabajo, para construir un grupo nuevo casi al cien por cien. Su contundencia en el derribo abre una puerta por lo menos para la expectativa, porque esta labor de limpieza no era sencilla. Ahora le queda lo más complicado, armar un conjunto rotundo, homogéneo, que se presente en sociedad respetándose a sí mismo. Los nombres anunciados, incluido el del entrenador, no provocan desmayos ni enamoramientos. Los que faltan por llegar también rozarán el anonimato para el gran público. Lalo no engaña a nadie. Es de agradecer, por fin, un baño de sinceridad aunque se reciba como una bofetada a mano abierta.

Dos futbolistas por puesto con solvencia física y mental para crear patrimonio. Un portero para la titularidad. Compromiso absoluto. Pretemporada muy exigente con rivales de superior categoría. Un técnico serio. Y ni una sola promesa de gloria antes de que suenen las trompetas. El Real Zaragoza va camino de ser un equipo de Segunda División, no una macedonia de jugadores e intenciones con el ascenso de doble y falso fondo. Esa aceptación del estatus no supone rebaja alguna. Muy al contrario: para afrontar cualquier proyecto primero hay que ser parte del terreno, y el club aragonés, como consecuencia de una gestión deportiva irreal, infantil y de soberbia ignorancia, ha vivido en una nube de la que se ha caído con estrépito. Mirando por encima del hombro desde su descapotable tuneado, le han adelantado rivales que tenían lo justo para un monopatín.

Todo lo que ocurra hasta que den la salida de la competición será cosa de Lalo Arantegui. Él se ha responsabilizado también de lo que suceda en la recta final porque, dice, no admitirá injerencia alguna. Su 'carpaccio' tiene buena presencia, con guarnición de honestidad y profesionalidad. Para empezar, esa crudeza es ya un éxito a la espera del segundo plato, el del azar.