De arriba abajo, del despacho al campo, el Real Zaragoza ha ratificado una crisis monumental que ha asomado después de cinco jornadas consecutivas sin ganar y, sobre todo, con la primera derrota en casa de la temporada. Una humillante primera parte, con tres goles del Elche y un Real Zaragoza indigno en la competencia, allana el camino a la directiva para la destitución de Luis Milla, un técnico obcecado en equivocarse pero en absoluto responsable por completo de la hecatombe. El turolense aceptó el reto de subir a Primera con una plantilla incompleta, inmadura, cualitativamente muy justa y sin el carácter del que la quiso dotar Narcìs Julià. Esta mañana, en un partido abominable, ha dolido como nunca el resultado y sus formas, fruto de la causalidad, de una realidad que nadie ha querido admitir en el club. Bautizado para ascender, el Real Zaragoza carece de una sola gota de sangre azul para distinguirse en Segunda. Es un viajero más del vagón.

El tiempo de Luis Milla en el banquillo se ha consumido salvo que quiere otorgársele una prórroga, algo muy improbable puesto que es el propio consejo quien ha movido una silla que perdía patas cada jornada sin vencer, cada encuentro con la marcha atrás en los planteamientos del técnico y en la actitud flácida de los futbolistas. La derrota contra el Elche no tiene nada de accidente. Se trata de un encadenamiento de pésimas decisiones en la elección del entrenador y de los jugadores que ponen en la diana a Juliá y, sin duda, a una Fundación 2032 cuyos conocimientos deportivos van ligados estrechamente al capricho del forofo con corbata. También a una delicada tesitura económica que se han encargado de utilizar como justificación de sus gestiones aun pisando a la vez el acelerador de ambiciones ficticias.

La sensación es que el Real Zaragoza no necesita un entrenador nuevo, sino un profesional de los pies a la cabeza que se dedique a reconducir al equipo hacia un punto de partida. Un explorador de desiertos anímicos libre de injerencias que recupere a la plantilla para un objetivo por muy humilde que resulte. Empezar de cero sobre la base de un nuevo modelo. Con algún integrante del consejo de por medio como dueño y señor del trono de hierro, este posibilidad desplaza a la mayor de las utopías. Aun así, hay que insistir en huir del espejismo, de las cortinas de humo y de los vendedores de crecepelo. El tradicional relevo en el banquillo se queda en un brindis al sol para recuperar a un Real Zaragoza muy enfermo al que cada mañana le presentan unos análisis médicos perfectos.

La crisis institucional es monumental, para encender todas las alarmas porque se ha pensado que con el piloto automático de la historia y la grandeza era suficiente. El Real Zaragoza se arrastra por el arcén sin personalidad ni personalidades. Ha tomado un camino muy peligroso que se adornará de cara a la galería pero no se resuelve con la despedida de Milla. Necesita aliarse de una vez por todas con la verdad y trasladársela a la afición, a sí mismo. Para recuperar la grandeza es obligado reconocer el tamaño sin rendirse en la lucha. Por muy larga que resulte la travesía, que sea dentro del vehículo de la dignidad y de la complicidad con la hinchada.