La línea gruesa entre el bien y el mal, posiblemente entre la victoria o el empate contra el Lugo, la marcó Cristian Álvarez, a punto de que se active la cláusula que le renueva dos temporadas más por 25 participaciones (lleva 23). Son detalles del mobiliario de un triunfo que se observan pero quizá sin la adecuada atención. El gol de falta directa de Oliver Buff, por ejemplo, cuelga hoy en el epicentro de la admiración de un partido que ofreció momentos brillantes en ataque y bastante menos iluminados en defensa. Para que el suizo pudiera pintar esa pequeña obra maestra en la consecución de tres puntos de enorme importancia, antes el arquero argentino tuvo que sostener el lienzo con al menos tres intervenciones clave, una de ellas colosal, cuando Cristian Herrera le puso la bayoneta entre ceja y ceja y se lanzó a pecho descubierto contra ella para evitar el tanto. Fue un atractivo duelo de guardametas, porque enfrente Juan Carlos también protagonizó una noche sobresaliente frente al bombardeo que le propuso Borja Iglesias y que culminó con la detención del penalti al delantero. En definitiva, ambos escribieron gran parte de la historia del encuentro.

Acolchó una volea de Pita y se mimetizó con el poste para que Fede Vico no le soprendiera en los momentos de mayor fuerza del temporal gallego. Álvarez vive en constante estado de alerta no ya por su profesión de riesgo, sino porque sus compañeros le someten a no pocas torturas, sobre todo una colección de centrales que le entregan a menudo al enemigo. Ayer engarzó su octavo partido sin encajar desde que debutará precisamente frente al Lugo en el Anxo Carro, tres de ellos coincidiendo con los útimos compromisos en La Romareda (Tenerife, Córdoba y Lugo). Y es el único meta de la categoría que ha detenido un par de penaltis, en Gijón y ante el Córdoba. La traducción es bien sencilla: en sus guantes ha cosido cuatro puntos desde los once metros y otros menos tangibles. Su regularidad y oficio le sitúan por números como el quinto mejor portero de Segunda por detrás de Cifuentes (Cádiz) Remiro (Huesca), Herrera (Osasuna) y Nadal (Albacete). En el bosque demasiado animado que es la defensa zaragocista, Álvarez se eleva como árbol centenario, guardián invisible para ayudar a que las nubes no estropeen una bonita noche de luna llena.