Ha sumado 5 puntos de los últimos 24, pero ayer salió el presidente del Real Zaragoza a decir que en el club siguen confiando plenamente en su trabajo. Y que no, que no van a echar al entrenador, que las cosas hay que hacerlas con tranquilidad, que no hay motivos para pensar que el futuro vaya a ser estrepitoso con Raúl Agné al mando. A más de uno le sonó a tomadura de pelo. No lo era. No hubo sonrojo alguno en las manifestaciones, que retrataron con exactitud la situación que se vive hoy en día puertas adentro, donde no se encuentra correspondencia entre el fútbol y la toma de decisiones. Si la hay, entiéndase capricho, tampoco la explican.

Despidieron a Luis Milla bien pronto por mucho menos, como antes fueron eliminando a otros por razones variopintas. Desde que liquidaron a Víctor Muñoz aquella temporada en la que se tuvo que presentar en la primera jornada con un delantero y un central juvenil, además de Cabrera como mediocentro, por ejemplo, se podía imaginar cualquier cosa. Conste que no ha habido otro técnico igual. Todos, sin duda, han sido inferiores al aragonés. No hay mucho misterio. Son peores, simplemente.

El tiempo ha fotografiado la incapacidad de los dirigentes del Real Zaragoza para construir un proyecto creíble, aunque las culpas se las hayan ido repartiendo a otros. A Narcís Juliá, por ejemplo, que sufrió un linchamiento público desconocido, tanto que se tuvo que ir por la gatera con su prestigio seriamente dañado. Los pecados fueron antes de Martín González, de la afición de La Romareda, de Hacienda, del Numancia, del vecino del quinto... Nunca ha ejercido la fundación la autocrítica, tan sana. Ni siquiera pidieron perdón después del bochorno de Palamós. Y bien fácil que era aquello, hasta bonito.

Parecen bien alejados de la verdad, de lo que piensa y siente su gente. Como su entrenador, que se cree que cada día juegan mejor. Lo dice hablando de este Zaragoza que es el peor del último medio siglo largo. Se dice pronto, con rubor o sin él. A 15 jornadas del final de la competición, el mal equipo de Raúl Agné se encuentra a 10 puntos de la sexta plaza, ese objetivo que se fue alterando con cierto disimulo, por obligación, conforme las jornadas lo fueron situando entre los mediocres. Hoy ya no está en ese pelotón vulgar. Ahora es de los peores. Está entre los ocho o diez que se van a jugar el descenso a Segunda B. Eso no suena a cuento, es la verdad.

Con Zapater, Cani, Lanzarote, Ángel y compañía se quiso contar otra bonita historia a principio de temporada. Dejó de gustar bien pronto, sin embargo, uno de los protagonistas, el técnico. Más o menos al mismo tiempo que el director deportivo. Hace meses de aquello, de la ilusión de las presentaciones, las promesas y los cuentos. No hace poco hubo otra de esas tardes, la de Samaras, el delantero que iba a arreglar los estropicios de Juliá. No será ahora, seguro. Hoy más parece un exfutbolista. Ver ayer las dificultades que tenía para moverse en el campo causaba entre lástima y estupor. Dijo Agné que estaba para un cuartito de hora. Más que magnánimo estuvo el técnico.

Que nadie olvide que el propósito no era otro que el ascenso directo, aunque hoy suene a broma pesada. El Girona le saca 20 puntos; el Levante, 27. Es decir, nueve victorias de distancia, ¡nueve! El conjunto aragonés ha sumado ocho en lo que va de Liga. No hace falta explicar más. El Zaragoza se despeña, precipitándose hacia Segunda B, pero no hay razones para echar a Agné, dicen. A pellizcarse mientras le cuentan otra historia. En lo que respecta a la última, colorín, colorado...