—Diez jornadas restan y tienen tres puntos con el descenso. ¿Su sensación es de miedo?

—Ese miedo puede llegar por las circunstancias, por la igualdad de la categoría y por la cercanía con el descenso. A mí, ni se me pasa por la cabeza bajar, pero que vamos a tener que pelear y apretar los dientes es seguro. Debemos mirar al Almería, sumar puntos y cumplir lo antes posible con la meta para estar tranquilos, la afición y nosotros.

—Almería, Mallorca y Mirandés tocan ahora. Tres rivales directos que están por abajo. ¿Cuántos puntos firma en la ‘trilogía’?

—Firmo nueve. Todos sabemos que si ahora hacemos tres buenos resultados el trabajo estará ya bastante hecho. Vamos a Almería con la intención de ganar, con esa única idea. Pero todo lo que fuera puntuar sería positivo, porque otros equipos se van dejando puntos.

—Usted es zaragozano y zaragocista de aficionado. ¿Eso hace que su miedo a bajar sea mayor que el de otros compañeros?

--Ese miedo no lo he contemplado mucho, está ahí, pero no me detengo demasiado. Alguna noche después de un partido de estos últimos que perdimos, sí me puse a darle vueltas y es algo que…

—Si llegara a pasar podría ser la desaparición del club.

—Y no me lo perdonaría nunca en la vida formar parte de un Zaragoza que bajara a Segunda B. No solo sería un palo profesional, sino en la vida, en lo personal.

—El equipo se ha levantado en los dos últimos partidos con César Láinez, pero arrastró una caída muy preocupante antes. ¿Cómo se veía eso en el vestuario?

—La tranquilidad siempre se mantuvo, los nervios no entraron en el grupo. Obviamente, hablábamos entre nosotros de las sensaciones que dábamos. Pero eran charlas para mejorar, no para tener miedo a lo que viniera.

—¿Qué tecla ha tocado Láinez para la mejoría del equipo?

—Él es un soplo de aire fresco, de aire zaragocista. Viene a ayudar, no cabe duda, porque no es un entrenador que venga a hacerse un nombre. Y, además, cuando hay un cambio de técnico también se resetea el vestuario. Esas dos cosas han influido positivamente, llevamos dos partidos buenos y esperamos seguir así.

—El estilo de juego gira más en torno al balón con Láinez.

—Pero, si renunciábamos al balón antes, no era algo dictado por el entrenador, de ninguno de los dos que hubo, ni por Luis (Milla) ni por Raúl (Agné). Sabemos que tenemos futbolistas para tener el balón más que muchos equipos de Segunda. Pero cuando las cosas no te salen y sientes la presión no es tan fácil. César tiene una idea de fútbol combinativo, apuesta por gente que quiere la pelota y sea de toque. Ese es el camino y por ahí tenemos que ir.

—Tras el partido ante el Sevilla Atlético, usted fue muy claro: «Ahora lo que siento es vergüenza», dijo. ¿De verdad la sentía?

—Esas palabras llegan antes de salir del césped, de hecho al periodista le aviso de que estoy caliente. No es una pose ni tampoco una crítica al equipo, es mi sentimiento. Estoy sobre el campo, veo la grada y siento vergüenza. Lo que quería era irme al vestuario y quedarme allí. Casi no dormí, le di vueltas al partido porque fue muy dolorosa aquella derrota, un momento muy duro.

—Cuando firmó en verano por dos años. ¿Esperaba una temporada tan dura?

—Sabía que no iba a ser fácil, aunque lo que me he encontrado lo supera todo. Pero creo que estoy aprendiendo mucho, me va a servir de cara al futuro. Va a ser difícil vivir años de tanta adversidad como en este. Tanto en lo colectivo, porque el equipo no ha funcionado, como en lo personal, porque al principio me costó que el entrenador contara conmigo.

—¿Milla le llegó a explicar por qué usted contaba tan poco?

—No, ni lo hizo ni tenía por qué hacerlo. Supongo que era cuestión de gusto futbolístico. En ese aspecto, soy muy respetuoso y tengo la cabeza bien amueblada, sé que cada entrenador tiene sus gustos, sus preferencias.

—¿Pensó en irse entonces?

—Nunca, solo en ganarme un sitio. Ni se me pasó ni creo que se me pase nunca por la cabeza.

—Llega Agné, empieza a contar con usted y ante el Reus le sucede ese golpe en el testículo que al final le tuvieron que extirpar.

—Por eso digo que está siendo una temporada tan dura. Raúl habla conmigo, me transmite confianza y me da minutos y, cuando mejor estaba, me sucede eso. Y no es una lesión deportiva. No es un esguince o una rotura de fibras, esto es para siempre. Aunque lo he llevado bastante bien, incluso ahora con humor.

—Agné dijo que eso era dejarse los huevos en el campo.

—Por ahí va el cachondeo. Me lo tomo bien y soy el primero que hago bromas. Pero al principio fue un palo, muy duro y doloroso. Primero la operación para reconstruirlo y, después, extirparlo. Y volver es complicado, porque en la cabeza lo que pasó lo tienes. Existe un miedo a que te vuelvan a dar en la zona. Ahora, está más que olvidado, salvo un problemilla que tuve un poco después de volver, pero ya es pasado. Me encuentro bien.

—Ha jugado 20 partidos en Liga, pero solo seis de titular. No se ha hecho un hueco fijo.

—Es así. Pero también cuando mejor estaba me llegó ese parón por el testículo. Y en el último partido con Raúl fui titular y marqué. Después, César ha apostado por Pombo, aunque yo he tenido minutos.

—¿Qué le parece la irrupción de Pombo desde el filial?

—Fantástica. Ojalá todos años salgan muchos como él. Ahora debe mantener el nivel, acaba de firmar su contrato y tiene una responsabilidad mayor, pero cualidades posee todas las del mundo.

—El Zaragoza lleva 4 años en Segunda y ese salto desde el filial debería ser más sencillo. ¿Por qué cree que la cantera lo ha aprovechado tan poco?

—No lo sé, aunque ahora ya no es como antes. Cuando yo estaba en el filial era casi imposible subir. Ahora los chavales tienen la puerta abierta. Percibo un cambio con la gente de la casa y se está empezando a contar más con ellos.

—¿La gente de la cantera supone un plus de responsabilidad y de compromiso?

--Para mí, sí. No quiere decir que los demás no lo tengan, ojo. Todos somos profesionales y sabemos lo que nos jugamos. Pero vestir la camiseta de tu vida, el ser zaragocista... Eso te da algo más. Para lo bueno y para lo malo. Yo si estuviera en otro club que fuera mal, sufriría, pero no igual. Y cuando lleguen aquí las alegrías los de la casa disfrutaremos más o de otra manera.

—Hizo la pretemporada en el 2010 con Gay y no se quedó. Y se fue del filial en 2012. ¿Por qué cree que no derribó la puerta?

—Seguro que no hice todo lo que podía o tenía que hacer. Estuve en la cantera desde el 2002, peleé mucho, pero hubo un cúmulo de factores por los que no llegué entonces y me fui.

—Pasó después por el Ejea y el Ebro. ¿Ese ‘rodeo’ le hizo valorar más cuando volvió?

—Mucho más. Si mi llegada hubiera sido de forma natural desde el filial no me habría dado tanta cuenta de lo que es el fútbol, de lo que significa y cuesta llegar y de lo bien que se está aquí

. —En verano, tras destacar en el Ebro, estuvo sin contrato más de dos meses esperando al Zaragoza. Eso sí es sangre fría...

—Más que sangre fría eran ganas. Tenía la ilusión y la esperanza, pero sabía que no iba a ser la primera opción del Zaragoza y me tocaba esperar. Tuve ofertas buenas de equipos de Segunda, pero en la vida a veces tomas decisiones arriesgadas. Veía que podía estar tan cerca y sabía lo que quería. Pensaba en que me la tenía que jugar. Y salió bien.

—Contra el Valladolid, jugó al final de delantero. ¿Cómo se vio?

—Bien. Puedo jugar ahí, tengo cualidades. De cabeza voy bien, aprendí bastante en el Ebro. Además, tengo velocidad, disparo… Me siento más cómodo en la banda, tanto en la derecha como en la izquierda, pero me puedo mover en todas las posiciones de ataque, incluso de lateral, que estuve también en Elche.

—Su gesto a Culio con el escudo le dio notoriedad en el zaragocismo. ¿Estaba premeditado?

—No sé cómo se sintió él y ni me importa la verdad, pero no lo hice por lo que él le haya hecho al Zaragoza y yo lo aproveche y sea un oportunista. No hubo una premeditación, no salí al campo pensando en hacerle algo. Fue una contestación a él por lo que sucedió en el césped y señalarme el escudo fue lo que me salió.

—¿Qué supone para usted entrenar con Cani y con Zapater?

—Muchísimo, algo increíble. Ambos han sido referentes para mí y ahora estoy a su lado... Hace poco le enseñé a Cani una foto que tengo en el párking de la Ciudad Deportiva con él en su primera temporada en el Zaragoza, en el 2002. Nos reímos mucho al verla, yo tenía 12 años entonces.

—¿Su meta deportiva es el regreso del Zaragoza a Primera?

—Obviamente. El fin es solo ese.

—¿Y se imagina jugando en Primera con el Zaragoza?

—Lo primero que quiero es ascenderlo. Jugar en Primera aquí, con esta camiseta, sería tocar el cielo. Pero, si me dijeran que voy a subir y no voy a estar después, lo firmo ya. Lo vivo como zaragocista y mi sueño es volver a Primera.

—Usted ha sido también aficionado, ¿Qué le parece el cambio que ha dado la grada?

—No tiene nada que ver con la de hace 10 años, que era mucho más exigente. Me está sorprendiendo para bien seguir siendo el equipo con más abonados y más seguido de Segunda. La afición tiene un mérito increíble, porque venimos de un Zaragoza grande, en Primera y ganando títulos. No es fácil bajar de una realidad a otra. Al revés es muy sencillo, ser de un equipo humilde y meterse entre los grandes. Y la afición sigue dando el callo, pagando su abono. No le podemos decir nada. ¿Qué les vamos a decir? Qué pitan cuando van las cosas mal... ¿Qué quieren que hagan?

—¿Usted pitaba al equipo cuando estaba fuera del Zaragoza?

—Lo primero, estuve un tiempo sin venir, de duelo. Me costó volver a entrar a La Romareda un año entero. Lo veía por la televisión. Yo era un aficionado más, que espera que los jugadores lo den todo, que los que salgan al césped se lo coman. Eso es lo primordial. El jugar bien ya es otra historia. Yo era de aplaudir al que lo daba todo. Pitar y gritar no me va, pero es fútbol, mueve pasiones y entiendo todo.