Era un día de fiesta y así se lo tomaron todos, zaragocistas y breanos, también breanos zaragocistas, que ayer, por una vez, querían que perdiera su Zaragoza. No encontraron el once de gala, pero sí vieron jugar en Piedrabuena a un buen puñado de jugadores de la primera plantilla. El conjunto de Paco Herrera ganó, algo que se le espera esta temporada en los partidos oficiales, por supuesto en los bolos. Le costó, no obstante. Tras la fiesta, los homenajes y los regalos, se encontró a un Brea valiente que quiso corresponder a su gente, que abarrotó las gradas, las bandas, las tapias... La mejor entrada de la historia, dijo alguno. Una tarde que se vienen regalando las peñas cada año, al cabo. En periodo de desunión, días así reconfortan al zaragocismo de bien.

Al fútbol. Destacó de entrada la presencia de Roger, el goleador del Rico Pérez, en la zona de ataque. Ha sido el último en llegar y es posiblemente al que más minutos le faltan en las piernas. El resto fue un bloque combinado entre veteranos y jóvenes, con hueco para Tarsi en el lateral derecho y Meseguer junto a Laguardia en el centro de la zaga. A la izquierda quedó Cortés, hasta la fecha el único recambio del que dispone Abraham en el lateral izquierdo. En la segunda, en el movimiento de piezas, se acomodó a la derecha. No sufrió ninguno en exceso, aunque se llevaron algún que otro sofoco en el comienzo.

Fue en el rato en el que el Brea pudo equilibrar las fuerzas con el Zaragoza. Luego, lógicamente, los minutos fueron losas para los locales, que suplieron con ilusión su inferior condición física. En el arreón inicial, los hombres de Raúl Martínez tuvieron el gol a su alcance en un triple remate a puerta que se estrelló con el poste y los defensas. Alcolea perdió el vuelo un par de segundos y la gente cantó gol. La cepa de la derecha sacó el remate de Sarría y después no hubo forma de encontrar la red.

Fue la gran ocasión del Brea, que aguantó el tipo unos minutos más sin desatender el ataque, pero que acabó reducido a su espacio. No obstante, aguantó con la cara alta, ordenado, consciente de su inferioridad pero orgulloso. En el medio apretó, tanto que José Mari, que hizo de Paglialunga, fue intrascendente en los primeros 45 minutos, cuando se pudo discutir de fútbol. A su lado, Anton mostró cualidades físicas, con más actividad que talento. Movilla dio poso y filtró el pase para que Ortí abriera el marcador en el minuto 40.

Todo ese tiempo tardó el Zaragoza en abrir la puerta de Pedro Mayo, buen portero ayer. El aragonés fue quien más trabajo le dio. Porcar pecó en la conducción y Roger, agitador, no acertó en una buena media vuelta. El equilibrio, si es que había, lo partió Diego Suárez nada más salir del intermedio. La gente aún andaba pidiendo una cañita para aplacar el calor cuando el ariete cabeceó el segundo gol. El tercero lo hizo Movilla en el 55 antes de que repitiera el del filial en la última jugada del partido. Ahí acabó el fútbol, no la fiesta, que se extendió el día en el que Brea fue la capital del zaragocismo.