En Cádiz el verano se vive diferente. No hay prisa. Si el camarero llega tarde no surge la crispación, basta con seguir riendo en la terraza del chiringuito que regenta un viejo matrimonio de San Fernando. Son noches estivales que parecen prolongarse hacia la eternidad, aunque al final, casi sin caber cómo, se acaban desvaneciendo. Durante los últimos días de agosto hay una tradición que nunca falta; terraza e ir a la tacita de plata. Se sabe que el verano gaditano llega a su ocaso cuando se ven por las calles los carteles del Trofeo Ramón de Carranza. Como en aquella noche del 29 de agosto de 1965, donde el Real Zaragoza y el Benfica se disputaban la final de uno de los torneos más prestigiosos del mundo. Nadie se lo quiso perder.

La gente cenó carne a la plancha en la playa, tenían que hacer tiempo para ver en directo a dos colosos del balompié europeo, ya que el glamuroso choque era a las once de la noche. El conjunto lisboeta estaba dirigido por Bela Guttman, un equipo exitoso, que había sido campeón de Europa en 1961 y 1962. Además, su plantilla era la base de la exquisita selección de Portugal. Simoes, Coluna, Torres, José Augusto y Eusebio, La Pantera Negra. Este tuvo que ser marcado por José Luis Violeta, en un encuentro colosal que terminó con 3-2 para el Real Zaragoza.

Esta fue la primera y única vez que el conjunto aragonés se adjudicó el ‘torneo de torneos’. «En aquella época ganar el Carranza era motivo de alegría, era considerado un título importante», explicó Violeta en una entrevista que concedió a este diario. Sin embargo, seis años más tarde, ya despertados del hechizo de los Magníficos, llegó un periodo oscuro. En la temporada 1970-71 el Zaragoza había descendido a Segunda.

José Ángel Zalba había ganado las elecciones en el mes de abril de este curso y las cuentas económicas arrojaban una deuda de 15.157.720 millones de pesetas. Una de las entidades pendientes de cobro era el Gran Hotel de Zaragoza. El club aragonés adeudaba una cantidad cercana a las 17.000 pesetas. Es por ello que, mediante una serie de trámites judiciales, se decretó el embargo del Trofeo Carranza. Una pieza hecha casi en su totalidad en plata y cuyo valor rozaba las 500.000 pesetas. Todo un disgusto para la junta presidida por Zalba, que acababa de tomar las riendas club.

Un pago inesperado

Zalba expuso en una junta general extraordinaria de socios, celebrada el 11 de mayo de 1971, que el Real Zaragoza iba a emprender una nueva política de austeridad a tenor de la precaria situación que atravesaba la entidad. Sin embargo, uno de los puntos que más expectación levantó fue el anuncio de que el Trofeo Carranza volvería a ser propiedad del Real Zaragoza.

Se trató de uno de esos gestos que honran a este deporte y al ser humano. El Ayuntamiento de Cádiz fue el encargado de abonar la totalidad del dinero que adeudaba el Zaragoza y por el que había perdido el trofeo de grandes dimensiones. El alcalde de la ciudad andaluza, Jerónimo Almagro y Montes de Oca, mediante una Comisión Municipal, logró obtener la suma de dinero necesaria para paliar la deuda y tumbar el embargo del Carranza.

Este acto de solidaridad levantó los aplausos de los socios zaragocistas, que supieron reconocer el hermoso gesto. En esta misma junta se propuso, a modo de agradecimiento, que el alcalde de Cádiz fuera nombrado socio de honor del Real Zaragoza ante esta obra de generosidad de la ciudad gaditana. Una recompensa que quedó reflejada en la prensa nacional de aquella época como un gesto formidable. Ese altruismo tan especial que, de vez en cuando, aparece en el fútbol.