Diego Rico y su espinillera en la mano. Es la imagen del fin de semana zaragocista. El lateral, que habitualmente dedica los tantos marcados a su hermano, se dirigió corriendo hacia las cámaras con la mano tapando su ojo derecho y después retiró una de sus espinilleras para mostrarla. En ella se podía leer el tuneado con su nombre en grande, fotos de su familia junto a la inscripción "siempre juntos" y una imagen de fondo de la Catedral de Burgos, su localidad natal.

Hace tiempo ya que el padre del lateral, que anotó su primer tanto con el Real Zaragoza la pasada temporada frente al Córdoba, explicó por qué celebraba los goles tapando uno de sus ojos como si fuera un pirata. "Es una dedicatoria para su hermano, que es discapacitado y perdió un ojo". Por eso lo repite. Por eso y porque tiene devoción por él y su familia.

Las últimas semanas de Rico no han sido sencillas en La Romareda, donde ha sufrido dos inesperadas pitadas al saltar al terreno de juego. Está acostumbrado, según cuentan quienes los conocen, a superar dificultades. La gran carrera que había llevado desde alevines estuvo a punto de torcerse en su primer año de juveniles, en el Burgos Promesas de División de Honor. Tras una buena temporada en cadetes, el Real Madrid se fijó en él y le ofreció hacer la pretemporada, lo que pareció un lanzamiento definitivo.

Pero no solo no resultó la prueba, sino que la temporada tampoco comenzó como se esperaba. "No jugaba, el entrenador confiaba más en otros. Hubo incertidumbre porque bajó los brazos", cuenta José Medina, un directivo del Burgos Promesas. Rico estaba frustrado y el club tuvo que intervenir. "Le dijimos que si algún día era profesional se iba a encontrar con estas circunstancias, así que tenía que morderse la lengua y seguir entrenando. Lo entendió perfectamente y fue un punto de inflexión", un momento del que, seguro, se ha acordado en los últimos días.