El espíritu de Enrique Castro Quini, el hombre de los 7 Pichichis, debuta este sábado en La Romareda con su Sporting de Gijón. Después de que colgara las botas de la vida con 68 años el pasado 28 de febrero, víctima de un corazón entregado por y para el fútbol que decidió independizarse de su pecho y echarse a volar eternamente por El Mareo, el Molinón que ahora lleva su nombre o Avilés y el poblado de Llaranes, el Brujo se ha calzado la inmortalidad para seguir acompañando al equipo asturiano. Como hizo siempre, como hace desde que se fue para quedarse en el altar de las leyendas del fútbol español y de las personas buenas, fieles a un carácter reñida con el boato y aliado con la humildad. Uno de los grandes depredadores del área y sin embargo pacifista, elegante embajador del deporte en sus más puro significado como jugador y como persona. Todo el mundo le quería y le reclamaba mucho después de que acabara su etapa profesional. Y todos recibían de él una sonrisa, una broma de un superviviente que vio fallecer a su hermano y portero Jesús Castro tras salvar la vida a un niño en la playa cántabra de Pechón, que superó un cáncer y un secuestro... "La vida hay que tomarla casi en broma, si la tomas en serio yo creo que te mueres en unos días", nos enseñó sir Enrique Castro. Cuando no incidía en la reflexión sobre la necesidad de recuperar los valores que le distinguieron y que hoy en día se han ido perdiendo entre maniquís y escaparates, entre el placer y la liturgia de celebrar un gol por encima de la importancia de marcarlo.

El Real Zaragoza recibe este sábado al Sporting en un partido de vital trascendencia para ambos, con el regreso a Primera en el horizonte, un paraíso que añoran y al que pertenecen. La Romareda buscará con el corazón a Quini, a quien ejercía en los últimos años de delegado circundado y superado sin pretenderlo por el hechizo del mito. Porque el Municipal, como todos los campos, es incapaz de desligar al Sporting de Quini y viceversa. Tantas veces lo vio en su esencia... Con la casaca rojiblanca en nueve ocasiones y tres con la del Barça. Solo ganó un par de veces pero anotó en seis encuentros, uno de esos goles el último de su carrera en la temporada 1986-1987, con Andoni Cedrún en la portería. En ese canto del ciste, ya con 37 años, salió del banquillo asturiano en lugar de Marcelino, exentrenador del Real Zaragoza. Con media hora por delante firmó la diana del empate con su sello personal e instransferible, anticipándose con astucia y oportunismo a una defensa que no le esperaba. Apareció de la nada. Pura brujería de un futbolista que no destacaba por estética ni por velocidad ni por el ruido de sus acciones, pero que remataba de cabeza como los ángeles y manejaba sus dos piernas como una sola.

Último gol de Quini como profesional en La Romareda

La ciudad le había adoptado años antes por un triste episodio que conmocionó España. Pocos días después del intento de golpe de estado del 23-F, Quini, entonces en el Barça, fue secuestrado y retenido durante 25 días en un zulo de Zaragoza. Tuvo miedo, mucho miedo según confesó, pero al ser rescatado por la policía, al ser preguntado por sus raptores, todavía con los ojos teñidos por la oscuridad y el temor del animal enjaulado, dijo que los perdonaba. Nadie imaginaba que esas fueran sus primeras palabras, declaración que confirmó su enorme humanidad y que se ganó por completo la admiración de un país y de unos zaragozanos que ese mismo día disfrutaban de la primera victoria lograda por la selección española frente a Inglaterra en las islas. Nada menos que en la catedral de Wembley. Más tarde el jugador intercedió para que las penas de cárcel de quienes le habían retenido se rebajaran de 20 a 13 años.

Quini fue internacional en 26 ocasiones. La primera ellas, en La Romareda, un 28 de octubre de 1970 en un amistoso frente a Grecia. Luis Aragónes inauguró el marcador y el Brujo lo aumentó al salir tras el descanso por el exquisito José Eulogio Gárate, que lucía su tercer Pichichi con el Atlético de Madrid. En aquel equipo de estreno del asturiano con la camiseta de la selección estaba José Luis Violeta, el León de Torrero... El sábado es un gran día para el Real Zaragoza y para el Sporting. En esa Romareda que tanto quiere como suyo a Quinocho, cuyo espíritu, a buen seguro y pese a su pena, se aproximará al vestuario del conjunto aragonés para felicitarlo en caso de que venza. Todo un caballero que en el más allá está más cerca que nunca. A la vuelta de su sonrisa.

Cedrún: "Era un caballero, todo un caballero"

Andoni Cedrún tuvo el honor de encajar el último gol como profesional de Quini. En La Romareda, un 1 de febrero de 1987. Blesa había adelantado al Real Zaragoza y el Brujo salió den el descanso en lugar de Marcelino García Toral para empatar en el 80. El exguardameta vasco, que fue alabado por su gran actuación por Novoa, entrenador de los gijoneses, cuenta que fue el típico tanto del Pichichi, de quien acude a cazar donde nadie ve una presa. Un pase atrás, los defensas que contemplan la aurora boreal y el zarpazo de un 9 de fe inquebrantable en el área. "Siempre se anticipaba, así lo recuerdo", dice Cedrún, quien tuvo algunos duelos particulares con el punta asturiano en sus etapas en el Athletic y el Real Zaragoza. En sus primeros pasos con el club de San Mamés, descubre que en el Camp Nou vivió una experiencia que le dejaría marcado y que define con pulcra exactitud quién era Enrique Castro. "El Barça se jugaba la clasificación para la Copa de la UEFA, Quini lanzó un penalti y se lo detuve. Vino hacia mí y me felicitó 'Enhorabuena chaval. Buena parada'. Ganamos 0-1. Nunca en el resto de mi trayectoria profesional alguien tuvo ese comportamiento. Siempre fue un caballero".

Cedrún repasa el perfil futbolístico del gran goleador asturiano. "Era el típico delantero de ejecución y resoluciones rápidas, muy peligroso en acciones cortas y en balones divididos. Nunca rehuía el pulso físico con una tremenda tenacidad e incordio que le hacían pelear todos los balones llegara o no a arcanzarlos". El durangués apunta también el particular dominio del juego aéreo que tenía el atacante. "Su juego de cabeza era impresionante porque era valiente y elegía muy bien el momento y el lugar del remate, no pocas veces arriesgando su físico. Noble, paciente con centrales de rompe y rasga e inmisericorde al mismo tiempo con el gol de por medio. "Aguantaba de todo porque entonces se permitía más a los defensas, pero resultaba imposible derribarle y jamás simuló un penalti. En campos embarrados sacaba mucha ventaja. Tenía un don para ello", apunta el exfutbolista del Real Zaragoza.

Si Andoni no regatea elogios para Quini como jugador, como persona lo eleva sin esfuerzo a un lugar que ya ocupa en el corazón del fútbol español. "La palabra que lo define es humildad. Estaba dispuesto para todo el mundo pideran lo que pidieran. No sabía decir que no a nada ni a nadie. Quiso y supo transmitir sus valores humanos más allá de su leyenda, como servicio al Sporting, a una cantera a que la adoraba y mimaba. Fue un auténtico embajador del club asturiano, una figura hoy casi extinguida en las estructuras de los equipos". Cedrún comenta que el Pitu Abelardo, en su época de técnico del Sporting, le explicaba. "Es mi calmante. Me apacigua y me hace ver las cosas de otra manera. Me aporta cordura en instantes muy complicados". Y termina Andoni: "Pon que era un caballero, todo un caballero".