Abatimiento, esa es la sensación que transmite el Real Zaragoza tras 26 jornadas, la que ofrece de puertas adentro y la que se proyecta hacia fuera. A ocho puntos de la promoción de ascenso, con cinco de renta sobre el descenso, el final de curso apunta a pocos objetivos clasificatorios. No debe descuidarse el equipo con la amenaza de Segunda B, pero la impresión general es que le va a llegar para sumar esos 50 puntos (con su promedio actual estaría un poco por encima, 52).

Mientras, la dinámica, la irregularidad y los muchos equipos que hay por enmedio convierten en una ilusión más que en una realidad la opción de alcanzar una plaza entre los seis primeros, lo que exige ganar unos 11 de los 16 partidos que quedan para un equipo que no ha sido capaz de enlazar tres triunfos en toda Liga. El ascenso directo, a 17 puntos ahora, ya es directamente y sin más miramientos un imposible, un milagro.

Así que la impresión en el club es la de temporada perdida, la de un año que, salvo giro en el que apenas se cree en forma de encadenar una buena racha de victorias en los próximos partidos (ahora vienen dos seguidos en casa), conducirá solo hacia la quinta campaña seguida en Segunda División, una maldición insoportable para la afición y una realidad económica con la que el club está intentando combatir para que el proyecto pueda ser viable el próximo curso con su reducida, pero aún enorme, deuda.

Ese estado de abatimiento también viene acompañado por otro de indefinición durante estas semanas. El club hace días que dejó de creer en Raúl Agné, que de momento se sentará en el banquillo ante el Nástic pese a llevar semanas siendo consciente de que su crédito está agotado. Narcís Juliá dimitió tras el partido en Murcia, y las dos semanas posteriores el técnico se mantuvo en el puesto por la petición del entonces director deportivo de mantener al de Mequinenza hasta que se diera su salida, que tuvo lugar el pasado 8 de febrero.

Agné firmó un empate con el Lugo y una victoria llena de oxígeno en Huesca. Pero en Alcorcón y tras el espejismo de buen fútbol en la derrota contra el Levante, el equipo exhibió de nuevo la pobreza de tantas veces, la que no supo solucionar Milla y a la que tampoco encontró remedio Agné, en parte porque la plantilla tiene unas limitaciones, sobre todo defensivas, que solo se han solucionado en parte en enero.

SIN REACCIÓN / Hace casi un mes que la entidad sabe que Juliá no iba a terminar la temporada tras su dimisión y todavía no le encontró un sustituto en la dirección deportiva, labor encomendada a Cuartero y todavía no resuelta por el director general. La destitución de un entrenador es, en teoría, una responsabilidad del director deportivo y ahora mismo no lo hay.

Con todo, el crédito de Agné está tan agotado como dicen sus números (19 puntos en 15 encuentros o solo cinco sumados de los últimos 21) o las sensaciones del equipo. Y el técnico, haya o no haya director deportivo ante el Nástic, que parece que no, vuelve a tener sobre la mesa la amenaza de despido ese día, donde también habrá que tener en cuenta la reacción de La Romareda el domingo y la situación, clasificatoria y general, que podría provocar una derrota.

Y ese estado de abatimiento también lleva a una sensación de que no hay mucho por hacer para salvar la temporada y no se puede olvidar el estrechísimo margen financiero, el límite salarial. El club agotó sus opciones económicas para reforzar la plantilla en enero (cinco fichajes) y la Liga solo autoriza a sobrepasar el presupuesto en el primer cambio de entrenador, que ya llegó con Luis Milla en el pasado mes de octubre. Así, la apuesta en caso de llegar estaría de modo casi obligado en casa, en César Láinez, técnico del filial.

Pero de momento el club ha dejado pasar una semana más, que hará que Agné cumpla el domingo ante el Nástic su partido decimosexto en un atmósfera de crisis y en un ambiente de abatimiento en el club, con muchas cosas en el aire y con la casi certeza de que las tendrá que solucionar en Segunda un año más.