El talento se tiene o no se tiene y Ruiz de Galarreta lo tiene. Esa afirmación ya no es solo intuición o previsión, empieza a convertirse en evidencia a base de buenos minutos, de demostración de jerarquía, de pases con criterio, que se traducen en un mayor control del juego por parte del Real Zaragoza. No es casualidad que los mejores veinte minutos de fútbol del equipo aragonés en lo que va de temporada coincidieran con los mejores veinte minutos de Ruiz de Galarreta en lo que va de temporada. Es más, no es ni casualidad ni coincidencia, sino más bien consecuencia, efecto de una causa, como demuestra que el equipo perdiera todo el equilibrio que había conseguido con la salida del centrocampista vizcaíno y la entrada de Basha en los últimos 25 minutos de juego.

Para esto precisamente fichó el Real Zaragoza a Galarreta, claro, para tener un jugador a través del que crear juego, para poner criterio, para que mande la pelota, para jugar a fútbol, en definitiva. Y el futbolista, menudo, tierno en apariencia, lo sabe, lo acepta y lo ejecuta cuando puede. No se esconde, se ofrece y busca siempre la mejor opción. Por eso ha caído de pie en La Romareda, que sabe que es un futbolista diferente. De los buenos.

Y se ha ido soltando Galarreta, escudado por Dorca, hasta completar ayer sus mejores minutos en Palamós. Empezó a notarse en la primera parte. El Zaragoza había conseguido controlar el juego directo que pretendía el Llagostera, siempre buscando la espalda de la defensa aragonesa, y el gol de Bastón dio al equipo la tranquilidad necesaria para empezar a dominar el partido, sin grandes alardes pero tomando posesión poco a poco.

No obstante fue en la segunda mitad cuando brilló especialmente Galarreta y cuando el equipo de Víctor Muñoz tuvo realmente el partido en sus botas. Cada vez que el balón pasaba por los pies de Galarreta salía no solo hacia otro jugador con la misma camiseta, lo que para el zaragocismo es ya casi novedoso, sino que lo hacía consiguiendo una ventaja, alargando la posesión o acercándose con peligro al área rival. Surtió de balones a Álamo, que encontró el carril derecho para subir repetidas veces aunque pocas con la capacidad para observar dónde estaba el compañero y ponerle el balón a la vez, y puso el equilibrio, desahogando el juego cuando era preciso, acelerando si era posible, dominando siempre.

Fueron los mejores minutos. El Real Zaragoza transmitía la sensación de tenerlo todo bajo control, de que podía marcar en cualquier momento ante un Llagostera que se había despreocupado del centro del campo y para el que entonces ya era tarde para desactivar a Galarreta. No lo consiguió el equipo local pero sí el propio Real Zaragoza. En el minuto 64, en un cambio de entrenador, Víctor Muñoz retiró a Galarreta para dar entrada a Basha. Si la intención era controlar más el juego, apuntalar el centro del campo, dar consistencia al equipo, el efecto fue precisamente el contrario. El Real Zaragoza perdió el control y la solidez, se olvidó del balón y extravió el rumbo, sufriendo hasta el final para conservar su ventaja. Para jugar un poco al fútbol hay que tener talento.