Se le elogia a Popovic con reiteración y cierta desmesura la capacidad que ha tenido para recuperar a determinados jugadores. Se habla, sobre todo, de Basha, que ayer se fundió bien pronto en el patatal de la Nova Creu Alta, donde no pudo mostrar ni energía ni su cacareado dinamismo. Bien está que el Zaragoza aprenda que necesitará sostenerse sobre otros pilares, diríase valores, que debe ser consciente de que no todos los partidos los va a jugar al son que más le guste. Rivales como el de ayer, de escaso fuste pero sobrada tenacidad, son capaces de poner en entredicho a cualquiera. Les basta seguir las directrices de su entrenador.

Mandiá se conoce al Zaragoza de memoria. Sabe cuál es la fórmula con la que el equipo aragonés hace más daño a sus rivales, así que decidió no sacar ni un balón jugado desde atrás para añadir al partido una batalla aérea en la que distraer a la infantería visitante. El técnico del Sabadell evitaba así el robo en tres cuartos y salida rápida del enemigo, el modo zaragocista más eficiente esta temporada, bien se sabe. Con el combate previo librado por los zapadores, el partido se convirtió en un pimpampum, con pelotazo sobre pelotazo del portero local y una insoportable repetición de despejes en ese irritante terreno que ayudó a que todo pareciera peor. Aún peor.

Se supone que el serbio echaría en falta a Jaime Romero, el otro futbolista al que atribuyen el factor Popovic, un jugador único para sobrevivir en estas junglas de partidos. No necesita de nadie, solo de su talento natural y su potencia para saltarse líneas, desequilibrar rivales y partidos casi con un chasquido de dedos. Pero no estaba, y tampoco miró mucho más allá. Cuando lo hizo, con Galarreta y Willian José, pareció tarde.

Ahí, desde luego, le queda una asignatura pendiente. Si bien se le podría conceder la rehabilitación momentánea de Basha y Jaime, no ha sucedido lo mismo con el vasco y el brasileño. A este se le achaca un carácter especial, cierta inconsistencia mental. Se desengancha fácil, dicen. Aun así, se antoja que podría resultar fundamental en la guerra por el ascenso. Es un jugador diferente, además. Puede jugar de espaldas, guarda un buen repertorio de pases entre líneas, se maneja con soltura en el juego aéreo y esconde más armamento que el resto de la línea de mediapuntas. Pero Popovic no lo ve pese a que lo pondere con templanza verbal en sus comparecencias.

El eufemismo

Casi se le escapa ayer al técnico decir que la situación oscura de Willian es cuestión de mala suerte. Lo dejó en una cuestión de "malas circunstancias", un eufemismo como otro cualquiera para decir que prefiere a Borja Bastón de aquí a Lima y que, para qué nos vamos a engañar, no se fía tanto del brasileño, marcado tras aquella noche del 8 de diciembre en Albacete en la que dijo que no quería jugar en la banda. Poco más de cien minutos ha disputado en los nueve siguientes partidos. Es decir, tiene una consideración residual.

Si Borja no viera la quinta tarjeta amarilla, por lo que se sabe Willian José se podría pasar el resto de la temporada esperando a que le caiga una sanción de la nada a su compadre. No parece justo, ni mucho menos, que ese equilibrio a cuatro tarjetas entre los dos delanteros haya condenado al brasileño a jugar minutos intrascendentes, a ser poco, a significar casi nada. Pero hay un buen jugador, muy útil, ahí dentro y el desafío de Popovic debe ser encontrarlo y ponerlo al servicio del ascenso del Zaragoza.