Un 4-0 es un resultado doloroso se mire por donde se mire. No se le pueden encontrar atenuantes. Y el Zaragoza se fue del Villamarín con esa goleada y con la desoladora sensación del tramo final, donde se dejó llevar, donde bajó los brazos, lo que ya es del todo injustificable. Y, sí, es verdad que en el terrible arbitraje de Trujillo Suárez salió más perjudicado que el Betis, que ese tanto anulado a Jaime pudo reescribir la historia, que el enemigo tiene cinco veces más de margen salarial y que el club estuvo al borde del abismo en verano y que todo han sido limitaciones.

Todo eso es verdad, pero también que el Zaragoza lleva una victoria en 10 partidos y que no está para nada, que es un equipo sin identidad, sin fútbol y, como demostró en la matinal de Heliópolis y en tantos partidos en esta Liga, sin defensa. Tampoco la tiene, con esos números tan terribles y desde hace varias semanas, un Popovic que ha empequeñecido el tamaño de una plantilla limitada, ni por supuesto la tienen los jugadores, la mayoría a un rendimiento ínfimo en este tramo decisivo de la Liga.

Vaya por delante que caer en el feudo del líder, donde se compitió a ratos, sobre todo antes del primer y del segundo gol del Betis, no es lo más grave de la reciente trayectoria del Zaragoza, que ya parece incapaz de ganarle a nadie. Perpetró peores partidos ante Lugo, Llagostera, Alcorcón o Tenerife, contra enemigos mucho menos potentes que un Betis que basó su superioridad en la pegada de la sociedad Molina-Rubén Castro. Dos goles cada uno firmaron para retratar el sistema defensivo zaragocista.

Llegados a este punto, fuera de la promoción, de una sexta plaza baratísima a juzgar por los competidores y con 9 puntos de 30 posibles, negar la evidencia de la crisis es vivir de espaldas a la realidad. O vivir fuera de ella. No lo hace desde luego la inmensa mayoría del zaragocismo, que ha pitado al equipo en sus últimos partidos en casa. El Zaragoza aún depende de sí mismo para acabar sexto, aunque ya no tiene margen de error y no puede fallar contra el Numancia y la Ponferradina, en un duelo en el Bierzo que será más que una final, un cara o cruz. No transmite el equipo seguridad, ni un solo gramo de confianza en sí mismo, tampoco su entrenador, que busca soluciones y cambios y no encuentra respuestas, que cada vez tiene un discurso menos convincente --el de ayer rozó el surrealismo-- y que va a completar una vuelta liguera entera sin lanzar un mensaje claro de cuál es la apuesta de su Zaragoza.

En Heliópolis la idea con cuatro centrales con el regreso de Rubén y un trivote en el medio fue la de protegerse y buscar la contra. El resultado fueron cuatro goles recibidos por Bono en su regreso a la portería y en ninguno pudo hacer demasiado por la pobreza defensiva de su equipo y el poder atacante del rival.

POR EL FLANCO DE CABRERA

El guión del partido en una calurosa mañana en Sevilla y en vísperas de Feria presentó dos ideas muy claras. El balón fue del Betis y el Zaragoza esperó agazapado. Un disparo de Lolo Reyes y un claro penalti no pitado por mano de Cabrera, en la primera de las decisiones erróneas de Trujillo Suárez, fueron los primeros sustos para un Zaragoza que se situaba muy atrás y que perdía el balón con facilidad, sobre todo en su medular. Ajustó la línea de presión para adelantarla y el equipo, sin mejorar mucho con el balón, se metió de lleno en el partido ante un Betis espeso y que recurría a envíos en largo muy fáciles de anular para los centrales zaragocistas.

Ahí tuvo su momento el Zaragoza. Pedro, en una buena jugada de Natxo Insa y Borja, gozó de una doble ocasión, repelida por el palo, y una dejada del extremo dio en la mano a Bruno con el árbitro mirando para otro lado y Borja remató mal, más pendiente de protestar que de marcar. Estaba el Zaragoza sacando su mejor imagen en semanas cuando el Betis decidió insistir en el costado de Cabrera. Lo hicieron Kadir y Molinero. Una jugada entre ambos la puso en el área Ceballos para que Molina aprovechara el despiste de Vallejo para superar a Bono, que después sacó un paradón a bocajarro a Rubén Castro tras centro de Kadir, de nuevo por el agujero izquierdo zaragocista.

Movió el banquillo en el descanso Popovic. Deshizo el trivote para dar entrada a Álamo en la derecha y para situar a Jaime junto a Borja. El Zaragoza tomó de nuevo buen color y Trujillo Suárez dio una clara ayuda al Betis al anular el gol legal de Jaime. El árbitro no tuvo ayuda de sus asistentes, con más facilidad para ver fueras de juego en el Zaragoza. Esa jugada y un centro de Jaime que remató Borja metieron el miedo en el cuerpo al Villamarín, que pronto suspiró de alivio. Molinero aprovechó la fragilidad en el carril zurdo y su centro lo cabeceó solo Rubén Castro, con Mario fuera de sitio y Vallejo y Rubén dudando.

Ahí, en el minuto 51, se acabó el partido. Bajó los brazos el Zaragoza en una actitud bochornosa que le llevó a encajar dos goles más de verbena. Molina, a pase de Rubén Castro tras sendos errores de Mario, en su colocación, y Cabrera, en el despeje, y el ariete canario, tras rozar Rico el autogol, cerraron la goleada con el Villamarín sintiendo que su equipo está ya casi en Primera. Ahí es donde lo dejó Popovic en su rueda de prensa. El problema es donde está su Zaragoza.