El 23 de junio pasado, en una entrevista que concedió a este diario recién llegado, Imanol Idiakez deslizó a la primera sus ambiciosas intenciones, constatadas con toda la fuerza en estas cuatro primeras jornadas, especialmente ayer en un partido colosal en Oviedo, aunque también en la monumental primera parte contra Las Palmas. «Me gusta salir a los campos a proponer cosas. Los entrenadores hemos de prometer menos y dar más. Y sí, me gustaría decir que soy un técnico valiente, pero lo tengo que demostrar».

En un Tartiere abducido por el vendaval de juego del Real Zaragoza, excelente en la preparación del encuentro, en su ejecución, en la ocupación de los espacios, en la elección de los nombres y sus posiciones, redondo tácticamente y, sobre todo, con una propuesta plena, Idiakez confirmó que es un valiente. Y que su equipo juega con su misma osadía. Insaciable, vertical, con el balón raseado constantemente a gran velocidad, desarmando por completo a un rival vulgarizado y añadiendo lo que había faltado semanas pasadas: una gran eficacia ante el gol.

Lo que ayer jugó el Zaragoza fue fútbol total, el mejor de la categoría por el momento. Idiakez ha tenido la inteligencia de recoger lo bueno que sembró su antecesor y, sobre esa base, añadir nuevos ingredientes que han evolucionado la idea y supuesto una mejoría sensible: de medio campo hacia arriba estamos ante un equipo endemoniado y con querencia muy ofensiva. Todos brillaron: Verdasca regresó a la defensa y Ros, en el lugar de Eguaras, jugó como Guardiola. Todo tremendo. Y bellísimo de ver.