No se quiere admitir en el Zaragoza que el trompazo del pasado lunes en Huesca era una posibilidad cierta crecida en las últimas jornadas, explicada en su fútbol último, también en los resultados. El 22 de octubre en Sevilla, ante un colista que no había ganado ningún partido, que sigue sin ganar, el equipo aragonés dejó un sabor áspero. Se salvó a medias por el partidazo de Delmás y el olfato de Borja Iglesias, pero esa noche permitió salir a algunos fantasmas que parecían enterrados desde la pretemporada. Fue un equipo desmadejado, inclinado al error, desproporcionado en todo caso. La debilidad del rival, llámese inevitable bisoñez, le permitió llegar a un empate con el que su entrenador se conformó públicamente. Pero esa noche despertó recelos, confirmados una jornada más tarde ante la Cultural en casa.

Se debió suponer entonces por dentro que algo pasaba. El Zaragoza contaba con esas dos victorias ante dos de los equipos débiles de la categoría, pero el fútbol le puso en su sitio y ni siquiera le sirvió excusarse en la distracción copera. En seis días completó dos representaciones desaliñadas, impropias del fútbol que andaba buscando. En Sevilla se dejó atacar y contraatacar. En La Romareda, la Cultural le birló el balón a buenos ratos. En Huesca le sucederían las tres cosas, consumando un bochorno redondo.

«Me niego a creer que las sensaciones que teníamos hace tres semanas no existan ya. Quiero pensar que es un partido que no te salen bien las cosas. La línea que llevaba el equipo no era mala, aunque si empatábamos era que algo no estábamos haciendo del todo bien. Esa sensación de rival duro, complicado, que maneja el partido, que lleva la responsabilidad, que juega en campo rival, hace ocasiones, que está vivo en todo momento, no se me va a ir de la cabeza por un partido», dijo ayer Mikel González, mirando ya hacia el partido del sábado aun sin encontrar razones del desastre último: «Cuando te ves tan superado es difícil encontrar una explicación que pueda razonar todo. No encontramos el juego ni en corto ni en largo, no ganamos en las disputas, no estuvimos ni delante ni detrás, nos pillaron a la contra, no nos encontramos… Al final, no hay una sola razón. Yo no sé decir tal cosa que hicimos mal, pero sí es cierto que es uno de los partidos que peores sensaciones he tenido».

Queda en el deseo pues que el desastre de Huesca no fuera la constatación de una crisis real. El Zaragoza lleva cuatro jornadas sin ganar, en las que ha sumado solo tres puntos que le han alejado de su objetivo y acercado al descenso. «Hemos tenido diferentes resultados durante la Liga, pero en las derrotas hemos estado cerca de empatar y en los empates hemos estado cerca de ganar. En Huesca no estuvimos cerca. Fue una muy mala sensación, esperemos que sea un partido».

Es indiscutible la abulia mostrada por el equipo en El Alcoraz, expresada en varias voces con crudeza. No fue novedad, sin embargo. Natxo González ya se quejó de lo mismo dos jornadas antes en Sevilla: «Nos ha faltado intensidad, somos vulnerables», dijo tras ese empate que dejó graves fallos en defensa. En Huesca volvieron a balón parado: «Si nos están metiendo goles es que algo no hacemos bien», manifestó Mikel, que admitió que el equipo necesita «hacerse fuerte en casa» para estar más arriba. «Cualquier objetivo pasa por ganar en La Romareda. Esta temporada solo hemos ganado uno. Si lo que hemos hecho hasta ahora no nos ha bastado, habrá que meter más».