En la misma orilla de la promoción se quedó el Real Zaragoza tras ganar al Oviedo al borde del infarto, en un partido que decidió el gol de Guitián y que tuvo una dosis de sufrimiento que alcanzó dimensiones tremendas, con Lluís Carreras encogiendo el tamaño de su equipo en los cambios ante un rival a la desesperada y con La Romareda entre indignada con su técnico y con el aliento contenido hasta que Ocón Arraiz pitó el final y se liberó con una gran muestra de alegría y euforia por los tres puntos. Quedó muy claro, por si había alguna duda, de que esta grada tiene más que asimilado que el resultado está por encima de todo y que el fin, el ascenso, justifica los medios, aunque estos sean una imagen tan terrible como la que el Zaragoza presentó en la segunda mitad.

Con el playoff casi amarrado, ya que solo en caso de derrota en el feudo de un rival ya descendido como el Llagostera el Zaragoza se quedaría fuera, el deseo es que el equipo, empezando por Lluís Carreras, afronte esa apuesta por dos eliminatorias liberado de tensión y con más fútbol y consistencia. Jugando como ayer o como en Huesca no habrá nada que hacer. Así de claro. El triunfo, para el que el Zaragoza tuvo más ocasiones, sobre todo cuando Generelo, en su primera visita a La Romareda como entrenador, se jugó el todo por el todo con un Oviedo que justificó su mal final de Liga, era vital y se sumó. Quédense con eso. No hay mucho más a lo que agarrarse.

No lo hay en el fútbol, desde luego, ni tampoco en el mensaje que Carreras mandó al equipo en el once, con la sorprendente ausencia de Ros, ni en los cambios, que agotaron la paciencia de La Romareda. El partido pedía al navarro para tener el balón y apostó por Rubén en lugar de Lanzarote, decisión miedosa que echó aún más atrás al equipo, con La Romareda pidiendo cita ya con el cardiólogo. Al menos tanto sufrimiento constató que el corazón del zaragocismo está fuerte. Ya de salida ese órgano vital fue puesto a prueba, porque el Zaragoza saltó con una colección de tensión y de nervios por las muchas urgencias que tenía en el pleito.

MAL INICIO Rico, flojo en defensa todo el partido, le regaló un balón a Koné que Viti no aprovechó, Erik Morán perdió otro, le acompañó Cabrera en el fallo, Isaac se dejó ganar la espalda... El Zaragoza era un dolor a la vista y un flan en cada acción. En ese despropósito, un buen balón de Lanzarote trajo el despeje de Miño tras cabalgada y disparo de Ángel y Diamanka, tras un gran recorte a pase de nuevo de Lanza, mandó el balón alto. El Zaragoza solo se iluminaba con el barcelonés, también decisivo en el gol. Ahí, en el minuto 20 tras una pérdida de Míchel, Lanzarote mandó un envío preciso que Ángel, con todo a favor, cabeceó al cuerpo del portero, que despejó ese remate, pero no el de Guitián, ya que tuvo que meterse en su portería para rechazar ese tiro. No dudaron ni el asistente ni el árbitro: gol legal.

La ventaja le sentó bien al Zaragoza, que por fin logró imponerse en el medio y ajustar los mecanismos en la presión, adelantada para dificultar la salida del Oviedo. Esa recta final de la primera parte fue lo único potable del conjunto aragonés. Diamanka, desde la mediapunta, entró en el partido y el equipo vivió cerca de Miño. Isaac, tras jugada de Diamanka y Lanzarote, y Rico tuvieron las ocasiones más claras para hacer el segundo. No llegó y sí el descanso.

El intermedio le vino fatal a los zaragocistas, que volvieron al campo en su versión más rebajada, en la que se ha visto varias veces en las segundas partes de esta recta final de Liga. Dos intentos de Isaac y otro de Ángel, siempre con Lanzarote como catalizador, aunque cada vez con menos presencia, no ocultaron que el partido era del Oviedo, que se había adueñado de la sala de máquinas, desaparecido Dorca y a mal nivel Erik Morán. Hervías probó a Manu Herrera y ambos técnicos movieran los banquillos. Generelo optó por un activo Susaeta y por Linares, aunque retiró a Edu Bedia, de lo mejor del rival, para que el Oviedo pasara al ataque. Carreras dio entrada primero a Pedro por el terrible Hinestroza y recurrió a Dongou por un fatigado Ángel.

El partido, tras los cambios, se abrió. La entrada de Cervero hizo que el Oviedo jugase con tres puntas y cerrase con tres atrás y un regalo de Pedro a Linares trajo el primer amago de infarto en la grada. El choque estaba ya en la locura y el Zaragoza no lo supo matar. Cabrera no aprovechó un fallo de Miño y cabeceó al larguero y Pedro tuvo una contra que ejecutó muy mal. Ahí, Carreras optó por Rubén para jugar con tres centrales y conservar el tesoro, una decisión que nadie entendió. Y así se le hizo saber. Linares y, sobre todo, Cervero tuvieron el empate, aunque también el Zaragoza pudo cerrar el pleito con las ocasiones de Rico y Guitián. Con el corazón en la boca y con la victoria en el bolsillo pitó Ocón Arraiz un final con sabor a playoff. El Zaragoza está ya en la orilla de esa meta.