Dos hermanos argentinos, los Abinzano, fueron los artífices de la creación del Iberia. Eran dos estudiantes procedentes de Sudamérica. Su afán por dar vida al proyecto, custodiado por un hombre de peso en la sociedad zaragozana como Gayarre, sirvió para dar forma a los avispas.

El nombre fue capricho de estos chicos, y los colores provienen del anterior club en el que estuvo Gayarre, la Gimnástica. Este club desapareció después de jugar contra la Real Sociedad. Se dejó una deuda de 125 pesetas con el hotel donde se hospedaron los jugadores txuri-urdines y se decretó que el equipo debía disolverse al no llegar a un acuerdo para solventar la deuda.

De la misma forma que se creó el Iberia, con la unión de varias personas, se ha originado cien años después la exposición conmemorativa de este club. La peña zaragocista la Convivencia, junto a José Luis Calvo (Luigi para los amigos), idearon este museo de culto sobre los prolegómenos de lo que hoy conocemos por Real Zaragoza. La exposición estará hasta el 25 de noviembre en el Centro Joaquín Roncal.

El fútbol zaragozano estaba representado por dos equipos, el Iberia y el Stadium, conocido también como los tomates. Este segundo cambió de nombre en diversas ocasiones a lo largo de su historia por las múltiples fusiones con otros clubs de la ciudad a las que se vio sometido. «El Stadium pertenecía a sectores elitistas, mientras que el Iberia era seguido por la clase obrera y estudiantes vascos», explica Luigi. Ese nexo con el País Vasco se debe a la cantidad de jugadores de esa región que traían para competir. Esto desembocó en que el primer cántico que tuvo el conjunto avispa fuera el clásico «Aurrera, Aurrera», adelante en castellano.

El Iberia SC comienza compitiendo en Ligas regionales que no tenían legislación alguna, donde imperaba un sistema anárquico. «Los avispas se autoproclamaban campeones. Podían perder el partido que ellos decían que habían ganado. Hay crónicas con resultados diferentes según quién daba la información». El poder del Iberia fue tal que llegó a pagar para que Ricardo Zamora, el mítico portero, jugase un partido de avispa.

Sus partidos comenzaron a disputarse en el campo del Sepulcro. Fue el primer campo en Zaragoza, donde se combinaba el balompié con la tauromaquia. Sin gradas, sin medidas reglamentarias, y con ropa de los futbolistas como porterías. Algo que daría paso al campo de la Calle Bilbao, al lado de la puerta del Carmen. Mientras el Iberia iba mudándose de casa, sus rivales tomates del Stadium inauguraron por sorpresa el campo del Arrabal, con capacidad para 5.000 personas. Lo estrenaron contra sus rivales, ante el Iberia. «La envidia de los avispas por su estadio desencadenó la construcción de Torrero solo un año después». El preludio teñido en avispa de lo que hoy conocemos por Real Zaragoza.