Como a algunos otros grandes aragoneses del último decenio, le tocó un Zaragoza ruin que poco pudo disfrutar cuando lo llamaron para ser timón en tiempos de tempestad. Había vivido primero, aunque en segundo plano, aquella maravillosa Copa del Rey del 2006 en la que su equipo eliminó de manera consecutiva a Atlético, Barcelona y Real Madrid (6-1 mediante). Fue la temporada del debut con su Zaragoza, en Primera, categoría en la que siempre jugó desde su estrenó en el Vicente Calderón el 28 de agosto del 2005. Ese día empezó la carrera de Ángel Lafita Castillo, hijo de futbolista, nieto de la Ciudad Deportiva, que ayer anunció su adiós al fútbol para siempre. Vino a decir más o menos lo mismo que Cani cuando se despidió el pasado mes de julio. «Hoy, 2 de abril del 2018, después de 12 años en la élite, he de ser tan honesto como lo ha sido el fútbol conmigo: confieso que no me encuentro con fuerzas para seguir compitiendo a un alto nivel y he decidido retirarme de este formidable deporte que tanta felicidad me ha dado», escribió en un comunicado que oficializó en la web de su peña.

En sus palabras de despedida, Lafita admite los contrastes de su carrera después de hacer realidad «el sueño» de jugar en el equipo «en el que nací al fútbol, mi Real Zaragoza». No se han olvidado aquellos días de goles con sabor a permanencia, ni por supuesto el episodio en el que Agapito se lo birló al Deportivo en el último minuto del mercado. Días oscuros aquellos, de entrenamientos en soledad, de enemigos y buenos amigos. «Por el camino me he encontrado con gente estupenda y he vivido experiencias de todos los colores, de las que siempre he procurado aprender, para tratar de ser cada vez mejor futbolista y mejor ser humano».

Sin duda, el Lince consiguió ser un futbolista querido en sus más de 300 partidos en la élite, 143 de ellos con el Zaragoza. Claro que perdió el cariño para la afición de La Coruña, que nunca pudo entender que el zaragozano tuviera poco que ver con aquella fea operación de recompra, pero es recordado con ternura en La Romareda y con alegría en Getafe, donde apuró sus últimas días en el fútbol español antes de cerrar el círculo en el Al Jazira. En los Emiratos Árabes agotó la ilusión y, aunque en más de una ocasión apareció la posibilidad de poner el broche a su carrera en Zaragoza, nunca se concretó. Ayer cerró la puerta para siempre.

«He puesto mi profesionalidad, y mi máximo sentido de la responsabilidad, al servicio de cada club que he representado: Deportivo, Getafe, Al-Jazira y, de un modo muy especial, el Real Zaragoza, el equipo de mi vida, sin el que nada hubiera sido posible. Mi padre me contagió la pasión por el Real Zaragoza y siempre he sido un zaragocista de corazón. Jamás podré devolver el cariño que he recibido de mi ciudad y mi gente. En cualquier lugar al que me lleve la vida, siempre les estaré eternamente agradecido», explica en sus líneas Lafita, que tiene algunas tardes marcadas a fuego en el pecho del león.

El debut, claro, en el Manzanares, sobre todo algunos goles que supieron a gloria. Diez marcó con el Zaragoza. El primero, en Santander en diciembre del 2006. El último también fue ante el Racing, en mayo del 2012. No volvería a pisar La Romareda después de ese tanto que volteó un marcador funesto. Una semana después viviría la fiesta de la permanencia en Getafe. Allí se quedó.

Una temporada antes había sido protagonista en una victoria fundamental ante el Real Madrid de Mourinho. 2-3 ganó el Zaragoza en el Bernabéu con dos dianas del aragonés, recordado también por aquella tarde de resurreción de enero del 2010 en Tenerife, con Colunga, Suazo y compañía. Todo eso se acabó. «Hoy comienzo una nueva vida, y en este momento quiero mostrar mi agradecimiento a todos los que hicieron posible la anterior y a los que han estado ahí, en los buenos y, sobre todo, en los malos momentos, dándome su calor y su apoyo», escribió al correr las cortinas el último ángel zaragocista.