La exposición pública de Lalo Arantegui en un marco tan delicado para el Real Zaragoza como el actual ha superado los márgenes de su responsabilidad y de la malsana postura del avestruz de la directiva, que apenas asoma la cabeza en los escasos días de sol y en las ya pastorales asambleas. El director deportivo, una vez más, ha salido a escena para valorar la embarazosa situación del equipo con un discurso positivo y para confirmar que la tesorería no da para reforzar la plantilla en el mercado de invierno. Como es natural ha defendido su trabajo, pero con un descuadrado enfoque de la realidad, del momento y de su gravedad. "El Real Zaragoza tiene potencial para competir con todos", ha sido la frase bandera de su comparecencia. A tres puntos del descenso y con la certeza casi general de que esta plantilla --su plantilla-- tiene muy poco fútbol, su objetividad sale malparada en un contexto que exige la exposición de soluciones, no inmerecidos elogios ni apuntes sobre un futuro de sospechosa negrura. Como no las hay ni se las van a dar, eleva su apuesta perdedora a una segunda vuelta de segura mejoría. Pide un acto de fe. Su defensa a ultranza sobre Natxo González, un entrenador sobrepasado por las circunstancias y sus propias decisiones, tampoco le favorece. Lo fantástico no procede a día de hoy, señores.

Así, Lalo Arantegui, que ciertamente cree en su proyecto con sincero empeño, ha comenzado ese camino que muchos otros recorrieron antes en solitario hacia Getsemaní y del que salieron muy crucificados por asumir un rol que no figura en nómina. Porque el Real Zaragoza es una trampa mortal cuando se acepta el protagonismo casi absoluto por la negativa de unos patronos, director general y presidente a aparecer en el púlpito que les corresponde y del que huyen como diablo del agua bendita. La mudez por ejemplo de Luis Carlos Cuartero, cuyos voto de silencio le haría merecedor de la gestión de un notable monasterio cartujo, resulta ya inaceptable al cargo que ocupa. Un director general que por no aparecer no lo hace ni en los créditos, que rehúye el más mínimo contacto con la prensa y la afición. Luego está el presidente de la comunidad de Montepinar... Y por detrás, el vacío de la oligarquía enmascarada, el anonimato como norma innegociable para evitar la más mínima salpicadura con el pueblo raso. Conclusión: se desploma el equipo pero no ocurre nada.

El director deportivo, que se ha excedido en sus funciones aun con el mejor y más amable de los própositos, no se merece esta cruz. Ha actuado de altavoz de sí mismo intentado convencerse de lo que sus superiores desconfían entre bastidores. Otro de sus argumentos ha sido que los altibajos de rendimiento son producto de la juventud de la plantila (algo relativo), una pauta a la que dará continuidad en ¿los próximos años...? Los estupendos descubrimientos de Lasure, Guti, y Delmás y en menor medida todavía el de Pombo son un orgullo para la cantera, si bien sus presencias en el primer equipo y en la titularidad estaban fuera del guión original. La lesiones y el pobre rendimiento de alguno de los fichajes han impulsado esos saltos a un terrible escenario donde sería una soberana imprudencia hacerles protagonistas únicos de la dura función que se avecina. Su ilusión y compromiso contagia y refresca una atmósfera muy cargada. En este mundo traidor, no sería de extrañar que fueran señalados por sus padrinos en caso de catástrofe.

Pero no. No se contempla alerta ni alarma alguna y mucho menos acciones inminentes de la propiedad para subir el tono competitivo de un conjunto desmembrado. Que se ponga Lalo delante de los micrófonos y de las cámaras y que haga de escudo humano e institucional. Todos a rezar en la celda insonorizada de Cuartero.