-¿Recuerda su llegada a Zaragoza en 1969?

±Perfectamente. Tenía muchas ilusiones por conocer el club y el equipo de Los Magníficos, que me impresionaba un poco por todas las cosas que me había contado Rosendo Hernández. Yo iba a prueba, la compra no estaba asegurada. Si rendía en el primer partido y le gustaba al técnico, me quedaba. Y así fue, tuve un debut espectacular en el que marqué dos goles. Uno a centro de Oliveros, que me sirvió muchos goles durante esos años.

-Era delantero centro como Marcelino, el Magnífico. ¿Coincidieron en el campo?

±Muy poco. Los dos éramos parecidos, jugadores de área, cabeceadores. Yo no llegué a tanto como él, eh (risas). También pude jugar con Santos y Villa.

-¿Fue Rosendo Hernández quien fue a buscarle a Paraguay?

±Sí. Yo estaba jugando con la selección, en las eliminatorias para México 70. Estaba de gira y cuando volví me dijeron que al acabar esa eliminatoria, me iba a España. Y eso hice.

-¿Sabía algo del Zaragoza?

±Nada de nada. Después me lo contaron todo. Hay que tener en cuenta que esa época era muy diferente a la actual. Ahora se está más informado de todo y hay mejor organización.

-Entonces se decía que se había falsificado su fecha de nacimiento para ser más joven.

±Nací el primero de mayo del 45 y tengo mi documento de identidad que así lo verifica. Ya me dijeron entonces en alguna ocasión que yo tenía cara de tener 30 o 35 años, pero no era así. Les parecería, yo que sé por qué. Será por el clima. Acá en verano corríamos con 40 o 45 grados.

-Enseguida destacó en Zaragoza por su poderío físico. ¿Fue su principal virtud?

±Yo llegué ya con 24 años, hecho y bien preparado. Entonces estaba muy bien. En el Guaraní ya hacíamos pesas y una buena preparación. Cuando empecé allí no llegaba ni a los 60 kilos, creo. Era un palillo. Allí me hicieron jugador. Me trabajaron la musculatura, la resistencia...

-¿Por qué le llamaban cara rota en Zaragoza?

±No sé. Popeye me llamaba alguno también (risas). Pero, vamos, porque en muchos partidos me rompieron la cara. Yo tenía mucha fuerza y mucho temperamento que no pude controlar. Tampoco me di cuenta de muchas equivocaciones que cometí en Zaragoza. Tuve expulsiones estúpidas, incomprensibles. Pero en esos momentos no entendía lo que me pasaba. A veces los nervios me traicionaban.

-¿Le cambió el carácter?

±Me cambió en todos lo sentidos cuando me rompieron la rodilla (tuvo una lesión de menisco en su segunda temporada). Me volví un jugador de mal genio porque recibía muchos golpes y los árbitros no los veían. La afición zaragozana sí se daba cuenta de eso. En el estadio veían los golpes y las patadas que recibía, pero el árbitro no. Ahí la gente me apoyaba mucho, se daban cuenta de lo que pasaba.

-¿Cuántos golpes se llevó?

±Muchos. Tuve la mala suerte de encontrarme con defensas de muy mal carácter. Hoy en día los defensas son leales y van a buscar la pelota, pero en aquella época no era así. Entonces iban a buscarte, a golpearte y a hacerte sentir dolor. Messi, por ejemplo, no podría haber hecho lo que hace en esa época. Gracias a Dios ya no existen esa clase de hombres en el fútbol.

-Cuando llegó era el ocaso de la etapa de Los Magníficos. ¿Fue una época triste?

±Efectivamente. Yo llegué como refuerzo con unos cuantos jugadores nuevos, pero en la segunda temporada ya me rompieron la rodilla y volví cuando ya no teníamos salvación. Bajamos a Segunda y ahí hice una de mis mejores temporadas en el club. No fue fácil tampoco volver a Primera División.

-Fue el primero en llegar de los Zaraguayos, que se empezaron a formar durante esos años.

±Sí, fui el primer paraguayito. Con Arrúa, aunque era más joven, ya había coincidido en la selección y le di al Zaragoza mis referencias sobre él, mi opinión. Luego llegó él y más tarde Diarte. También fueron Soto y Blanco, que era uruguayo.

-¿Cómo era Arrúa? ±Como jugador ya lo sabemos. Como persona era malísimo.

-¿Por qué?

±Es un hombre muy desconfiado y una persona que le gusta mucho el dinero. Como paisano y compañero lo he defendido mucho, pero cuando llevaba tres meses sin jugar ya estaba viviendo en mi casa, con mi señora y mi hijo. Vivía conmigo porque ya se quería marchar de Zaragoza, porque decía que no había ido allí para ser suplente. Imagine la mentalidad que tenía.

-¿Qué le decía?

±Yo le explicaba que no le faltaba de nada, que le pagaban el sueldo, las primas... que tenía de todo. No se daba cuenta de que había llegado para reemplazar a jugadores espectaculares. Lo que más siento es que luego empezó a jugar y triunfar y solo pensaba en ganar más dinero que los demás. «¿No aceptaste acaso el contrato?», le decía yo, que llegué ganando mucho menos d i n e r o . Ganaba 400.000 pesetas y otros ya estaban en tres millones. Yo era baratísimo.

-Se hablaba mucho también de los Zaraguayos, de su divismo y su vida nocturna.

±Yo le ayudaba mucho hablando con él. Es verdad que todas las cosas que prohibían en el club eran justamente las que hacían allí los españoles. Las discotecas, la bebida, la noche... Una vez me encontré al Lobo en el hotel en una mesa cantando con su guitarra, con botellas de whisky y rodeado de chicas. Tampoco quería ser suplente, eh. Yo le decía: «Tranquilo, que yo ya me voy». Y Carriega se volvía loco y me pedía que hablara con él para tranquilizarlo.

-¿Qué le decía?

±¿Sabe qué? Los paraguayos no somos demasiado profesionales, ni siquiera hoy. Acá ya se está pagando como profesional, pero nada. Yo les explicaba que en España después de los partidos nos concentrábamos, pero no me creían. Les decía que íbamos al hotel, que nos revisaba el doctor, que descansábamos y que hasta el día siguiente a la hora de la comida no íbamos a casa. Y con tanto viaje y concentración estábamos muy poco con la familia.

-¿Se reunían mucho entre los Zaraguayos?

±Sí,sobre todo a comer. Hablaban tanto de que teníamos que plantarnos para ganar más dinero que me cansé de ellos. Yo, la verdad, no pensaba mucho en el dinero. Como profesional, pensaba en cuidarme y en jugar. «El dinero vendrá solo», pensaba yo. Hasta en Guaraní jugaba casi gratis. Cobraba por partido ganado, no recuerdo sueldos.

-En La Romareda era tratado como un ídolo por su forma de jugar. ¿Se sintió querido?

±Nunca me olvidaré de mi gente de Zaragoza. Ellos veían que no era falso como los futbolistas de hoy en día, que enseguida se tiran. Tengo las piernas marcadas y me rompieron la cara no sé cuántas veces. La nariz, las cejas, la boca... Una vez incluso me sacaron un diente de un golpe. Fue De Felipe, el del Madrid. Pero eso no fue ni un codazo, fue un puñetazo directamente.

-Usted también repartió algún puñetazo.

±Sí. Una vez ante el Real Madrid le hicieron una falta a Arrúa que casi lo parten y cuando nos acercamos a ver qué le pasaba, estaba Amancio detrás diciendo: «Vamos, paraguayo, indio, muerto de hambre, levántate ya...». Ahí estaba diciendo un montón de barbaridades. Me giré, lo vi ahí y le di. Luego vino Pirri y me pegó. Acabamos los dos expulsados. Eso sí, el partido lo ganamos.

-¿Le provocaban mucho?

±Mamita, no se puede imaginar. No se pueden contar las cosas que me decían y me hacían. Pero, bueno, los recuerdos más lindos me quedan del público. En todas las estupideces que hice dentro de la cancha no quiero pensar. Me volví más fuerte, más sucio. Ya no tenía esa buena intención de ir a jugar el balón, sino que también iba a golpear. `El cacique del área' me llamaban. Era porque me tenían miedo. Había aprendido picardías después de tanto recibir y sabía cómo defenderme.

-¿Por qué ese contraste entre el Ocampos futbolista y el Ocampos persona?

±Saliendo de la cancha era otra persona. Me lo dice mi mujer siempre.

-¿Qué hizo cuando se marchó del Zaragoza?

±Me fui a México, aunque solo seis meses. Estuve en el León de Guanajuato, una ciudad donde la vida no vale nada. Está cerca de la frontera de Estados Unidos y era un lugar muy peligroso. Los goles los celebraban con disparos al aire. No eran artificiales, eran reales. Mi mujer se fue muy pronto, después de que se le presentaran unos ladrones en casa. Nos vaciaron todo mientras ella y la chica corrían a pedir auxilio. Pero nadie les abrió la puerta. Era puro miedo. Así que a los dos meses me dejó solo y yo aguanté hasta que pude. A los seis meses me fui a Olimpia en un intercambio de jugadores y salí campeón. Fui otro año a Guaraní y ya lo dejé.

-¿Qué partido le queda grabado en Zaragoza?

±El debut en La Romareda. Era mi presentación, pero me jugaba el futuro. El público le tiraba bolígrafos al presidente, que era Usón, para que me firmara el contrato. Yo no sabía que iba a prueba, me enteré allí mismo, en Zaragoza. Oliveros me puso un centro al segundo palo que metí de cabeza al ángulo en el primer gol. El segundo lo metí desde fuera del área.

-¿Recuerda cuando La Romareda le chistaba para que no protestase?

±Sí, claro, claro. ¡Chsssssss! La verdad es que me tenía que callar. Levantaba la mano y les decía: «Sí, sí, que tienen razón». Me daba cuenta enseguida. -¿Se fue feliz? ±No. Salí por la puerta de atrás. La gente me pedía que no me fuera, pero yo no aguantaba más a mis paisanos. Allí podían aprender muchas cosas, pero no querían ser profesionales.

-¿Hace cuánto que no ha estado en Zaragoza?

±Desde el 2007. Fui para el 75 aniversario. Me entregaron mi carnet de veterano y aprovechamos para dar insignias a los socios vitalicios. Me sorprendió muchísimo ver a gente incluso con silla de ruedas que temblaban cuando les íbamos a abrazar. Estuvimos Arrúa y yo de los Zaraguayos. Diarte ya estaba enfermo y Soto no sé ni dónde está.

-¿Sigue al Zaragoza?

±Me informo, pero llega muy poco. Aquí todas las noticias son del Madrid y del Barcelona. En la prensa me entero de si ha ganado o perdido el Zaragoza.

-¿Sigue en el fútbol?

±No. Estuve primero en el barrio, en un equipo de Tercera, como técnico. Pero no tengo carácter para eso y los jóvenes van a peor. Con 17, si están triunfando, ya se creen que saben más que el técnico. Costa me llamó alguna vez para ver si conocía jugadores, pero ya le dije que no quería meterme ahí, que no me fiaba de mis paisanos. Hay muchos jugadores buenísimos, pero les importa más la bebida, las mujeres y el bailongo.