Fue el 22 de abril de 1964, en un partido que parecía uno más de aquel Real Zaragoza que andaba rondando la gloria, en España y en Europa, en la Copa o de Ferias. Fue una noche gris en el Vélodrome de Rocourt de Lieja, un partido malo, una extraña derrota (1-0) ante el Royal Football Club Liégeois. Fue con un entrenador, Antonio Ramallets, mucho más famoso entre el barcelonismo que en La Romareda. Fue casi por casualidad. El exguardameta alineó por primera vez a la delantera más ilustre de la historia en azul y blanco, la que cualquier zaragocista recita de memoria desde hace medio siglo: Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra. Santos no solía jugar, de hecho no se hizo imprescindible hasta que Luis Belló tomó las riendas del equipo. Pero el destino eligió ese extraño día para juntar por primera vez a los más magníficos de los Magníficos.

Habría que esperar unos meses para que el término 'Cinco Magníficos' se hiciese emblema. El transcurso de los años se encargó de reconocer a todos los componentes de aquel maravilloso equipo, que ha quedado en la memoria como el Zaragoza de los Magníficos, sin más, sin cinco. Para reconocer a Yarza, a Cortizo, a Santamaría, a Reija, a Isasi, a Pepín, a Pais, a Violeta, a Duca, a Endériz, a Sigi, a Irusquieta...

No fue Ramallets, despedido trece días después de aquel encuentro en Bélgica, quien encumbró al Zaragoza. Fue Luis Belló, un jovencísimo técnico que había vestido la camiseta blanquilla en los primeros 50, el elegido para poner fin a una temporada que se quería torcer. Con Luisito Belló ganó el Zaragoza los dos primeros títulos de su historia en una temporada. Nunca lo ha vuelto a repetir.

El técnico arrastra achaques de edad (cumplió en enero 85 años), ha dejado de fiarse de su memoria y le cuestan las apariciones públicas. Hace tiempo que no se atreve a conceder entrevistas, aunque mantiene intactos algunos brillantes momentos de su etapa como entrenador, esos dos meses que le han convertido en oro. Su hija, María José, está casada con el célebre escritor zaragozano Ignacio Martínez de Pisón, que ha ejercido de estupendo interlocutor para poner en presente y en orden las fotografías mentales que Luisito guarda de aquella época.

Belló recuerda que ejercía de segundo entrenador "hasta que cesaron a Ramallets tras un mal resultado en casa y me hice cargo del equipo". "En el Zaragoza pensaron que no valía la pena fichar a otro para lo poco que quedaba. Luego, cuando estábamos ganándolo todo, supe que se había contratado a Roque Olsen para la temporada siguiente", relata el murciano, que explica la suplencia de un Magnífico. "Santos no solía jugar de titular; los otros cuatro sí. Yo confié en Santos por la táctica que pensaba emplear. Me parecía que se adaptaba mejor a mis planes que Duca. En la prensa hablaban de esos jugadores y los calificaban de magníficos, y yo, refiriéndome a Santos, dije: 'Ahora los magníficos son cinco'. Enseguida se empezó a hablar de los Cinco Magníficos. Luego, en una celebración, dije que yo no había dirigido a los Cinco Magníficos sino a los Once Magníficos".

El que fuera Belló II en su etapa como futbolista en Torrero debutó con un 6-0 ante el Oviedo antes de remediar la eliminatoria ante el Lieja, que se había ido al partido de desempate tras el 2-1 en La Romareda (entonces no había doble valor de los goles fuera de casa). Luego se llevó por delante al Barcelona en las semifinales de Copa y se preparó para convertir al Zaragoza en inmortal. En solo doce días conquistó la Copa de Ferias, ante el Valencia en el Camp Nou (2-1) el 24 de junio de 1964, y la Copa de España, ante el Atlético de Madrid en el Santiago Bernabéu el 5 de julio del mismo año.

"Mi recuerdo más vivo son las celebraciones de los títulos. La primera gran celebración fue la de la final de la Copa de Ferias en Barcelona. Todo el mundo daba al Valencia como favorito, lo que hizo que la victoria nos supiera mejor. Luego, a principios de julio, fuimos a Madrid para jugar la final del Generalísimo contra el Atlético de Madrid. Cuando volvíamos de Madrid en autobús, la gente nos estaba esperando en Calatayud, en los pueblos de la carretera, a la entrada de Zaragoza. A la altura de la plaza de toros, un directivo nos dijo que el centro de la ciudad estaba lleno de gente esperándonos, así que nos subimos todos al techo del autocar y pasamos por Independencia, que estaba repleto, con todos aplaudiéndonos a rabiar y nosotros aplaudiéndoles también a ellos".

Siempre se ha hablado de la delantera de los cinco, aunque Belló discrepa un tanto respecto al esquema. "Nosotros jugábamos un 4-2-4. Lapetra no se quedaba pegado a la banda sino que iba también al centro del campo, junto a Santos. En la delantera tenía dos jugadores muy habilidosos: Villa y Canario. Y un gran rematador: Marcelino", explica el exentrenador, que encuentra en la personalidad de sus futbolistas la clave de aquellos éxitos. "Éramos como amigos. Yo tenía 35 años, pocos más que ellos. También entre ellos había muy buena relación, dentro y fuera del campo. No tuvimos mucho tiempo de celebrar los títulos. Nos recibió el alcalde, tuvimos una comida, saludamos desde el balcón del Ayuntamiento... y nos fuimos de vacaciones".

Hay gente que los recuerda como autosuficientes, que piensa que no les hubiera hecho falta entrenador. Algunos protagonistas alegan, sin embargo, que no tuvieron buenos técnicos. "Eran jugadores con los que se podía hablar. Las instrucciones que les daba las aceptaban muy bien. Si yo tenía que sacarlos del campo, lo hacía y no protestaban. Éramos amigos, ya digo".

Entre los años 63 y 66, el Zaragoza jugó seis finales y ganó tres (dos de Copa y una de Ferias). En esos momentos se disfrutaba con naturalidad de un Zaragoza triunfal sin percibir el germen del mito. "Entonces no eran conscientes de que se estaban convirtiendo en una leyenda. A ellos les gustaba jugar bien. Había mucho compañerismo y eran felices celebrando juntos los éxitos", cuenta Belló sobre ese conjunto que se adelantó en el tiempo en cuanto a estilo. "Todo el equipo en general practicaba un fútbol que no era el que entonces se practicaba. El estilo no era como el de Iniesta y compañía, pero había la misma idea del conjunto: eran grandes individualidades pero jugaban muy unidos. El que tenía menos técnica era Cortizo, que sin embargo era un defensa de una eficacia extraordinaria".

En el vértice opuesto estaba Carlos Lapetra. "La técnica de esos futbolistas era fabulosa, pero su gran virtud era que su buen fútbol estaba siempre al servicio del equipo. Lapetra no era nada engreído, sobre todo para la categoría que tenía como jugador". Le faltó, como a sus compañeros, como a todo el zaragocismo, un título de Liga que 50 años más tarde anda entre el sueño y la quimera.