El guardameta siempre ha sido una figura envuelta de mística. Es la persona sobre la que se proyectan todas las plegarias de los aficionados, el encargado de salvaguardar las ilusiones de todos los hinchas. El Real Zaragoza ha vagado durante los últimos años bajo una portería repleta de inestabilidad, algo debido a que ningún arquero portaba sobre su cabeza la clásica aureola celestial. Sin embargo, la venida de un portero rosarino ha conseguido cambiar el destino del conjunto aragonés hasta en dos ocasiones. Transformando la negatividad y el miedo en euforia y alivio.

El currículum de Cristian Darío Álvarez contaba con un listado de actuaciones bendecidas por sus reflejos de felino y su excelente colocación en el área pequeña. A su condición de portero seguro se le ha sumado el don de estar por encima de lo racional, de ser superior a la lotería de los penaltis. La fortuna de las penas máximas es un factor que se escapa más allá de las habilidades del meta. Con la preparación y el estudio de los lanzamientos no basta. Es imprescindible que las fuerzas sobrenaturales se alíen contigo. Cristian lo ha conseguido, es el único portero de toda la Segunda División que ha atajado todos los penaltis que le han lanzado, con un poderoso registro de dos paradones en momentos donde solo cabía encomendarse a los dioses.

En Gijón, el Real Zaragoza vencía por la mínima con un tanto de Julián Delmás y el Sporting apretaba para tratar de hacerse con el empate. El marcador se dirigía a su ocaso y llegó un penalti de Diogo Verdasca en el momento más inoportuno. Cuando parecía que los tres puntos se iban a volatilizar apareció una figura celestial de pelo enredado y acento argentino. Cristian Álvarez emprendió su clásico ritual; paso lento hacia atrás, mente totalmente en blanco, manos en la cara y mirada fija en un punto concreto. Una ceremonia que salvó al equipo en Gijón y también en La Romareda.

Cristian volvió a aparecer de la misma forma, aunque en un contexto criminal. El Real Zaragoza estaba obligado a ganar para evitar sumergirse de lleno en las arenas movedizas del descenso, lo consiguió tras un final no apto para los corazones más débiles, sobre todo con la pena máxima que casi ejecutó las aspiraciones blanquiazules.

Es en esos momentos cuando todo aficionado agarra con fuerza su bufanda, mientras ve al jugador visitante ajustar la pelota en la línea de once metros. Cuando este toma distancia con el esférico, todos se encomiendan a la Virgen del Pilar, o a la figura que le tengan más devoción. En su cabeza siempre hay una pequeña voz interior que les dice que esa pelota no va a entrar, es una pequeña esperanza a la que aferrarse en esos segundos críticos que lo pueden cambiar todo. El graderío liberó tensión como si de un gol se tratase cuando Cristian Álvarez no solo repelió la pena máxima, también expulsó todos los malos espíritus que hubieran llegado si se hubiera establecido el empate en el marcador. Fue un santo bajo palos.

Roberto, el último héroe

El último guardameta del Real Zaragoza que logró parar dos penaltis en una misma temporada fue Roberto Jiménez, en la campaña 2012-13. Aquel año fue de infausto recuerdo para el conjunto aragonés, ya que fue cuando se consumó el descenso a Segunda. Sin embargo, Roberto sostuvo las aspiraciones del equipo durante toda la campaña. Incluso paró dos penas máximas; a Víctor Pérez (Valladolid) y a Víctor Casadesús (Mallorca).