Sporting, Albacete y Valladolid fuera y Cádiz en casa. Estas son las cuatro jornadas que le restan al Real Zaragoza para llegar al parón navideño, a un solo encuentro de cerrar la primera vuelta contra el Barcelona B. Sobre el papel, el calendario es idéntico para todos , pero según avanza el campeonato y se definen posiciones y rendimientos, se afea para unos y se dulcifica para otros, lo que tiene mucho de cierto y una dosis de espejismo. En el caso del conjunto de Natxo González, los rivales que le esperan antes de este paréntesis festivo se presentan ahora mismo como una cordillera de escarpada dificultad. Primero porque esos equipos (al margen del renacido Alba de Enrique Martín) conservan por números el estatus de aspirantes a los puestos altos, y segundo y mucho más importante porque el Real Zaragoza tiene unas problemas mayúsculos para ganar de local y de visitante. No lo ha hecho en 12 de los 16 encuentros disputados, y sus cuatro triunfos han sido contra Lorca y Córdoba, antepenúltimo y último, y frente a Numancia y Rayo, tres puntos sumados gracias al empecinamiento de Borja Iglesias en un pulso de clara inferioridad. Empatar es lo que mejor se le da, con el matiz de que cinco de sus siete igualadas han sido en La Romareda.

Si los resultados no son suficientemente explicativos después de siete partidos consecutivos sin vencer, su respuesta en el campo sí lo está siendo. Desató ilusiones a plazos muy cortos, con un fútbol tan espumoso como intermitente que produjo un contagio de esperanza en cadena. El optimismo en un club tan castigado se abrió paso como el cuchillo en la mantequilla. Pero poco a poco se ha impuesto el doble filo de una comunidad muy joven con jugadores sin experiencia profesional y fichajes de riesgo que no dan la talla como bloque. La consecuencia se traduce en un grupo con limitados recursos para luchar contra la adversidad y un entrenador, Natxo González, cuya brújula empieza a perder la cordura fruto de un equipo que va de polo a polo, lejos del norte de la fiabilidad que se había fijado el entrenador. Unos días defiende con corrección y otros ataca con acierto. Y al contrario. Nunca hace coincidir el equilibro entre ambas facetas, con un centro del campo por lo general insípido en la construcción, sin personalidad suficiente. La explicación oficial a la crisis se fundamenta en que esa reunión de noveles necesita tiempo y paciencia, solicitudes en las que se incluye el trabajo de Natxo, pero la radiografía del juego exhibido muestra que la inconsistencia no está en la epidermis sino en lo más profundo de la gestación de la plantilla. Fondeado el panorama, lo que se espera es una maduración de los futbolistas con algo de brillo y, ya en verano, completarlos con adquisiciones (ya se ha apalabrado a varios futbolistas) que fortifiquen un asalto sincero a empresas mayores.

La transición de este curso es un hecho que se contempla en una hoja de ruta abierta de principio a los misterios insoldables del fútbol. Descubierta que la materia prima necesita muchos más condimentos para tener sustancia, se busca una resistencia sin traumas que no contempla un sector de la directiva que dejaría en aprendiz de la conspiración a Grigori Rasputín. Si el Real Zaragoza no consigue terminar el año sin la palidez de actual de resultados y juego, Natxo González volverá por donde vino lo defienda Lalo Arantegui o Leónidas. De producirse esa situación, tan sólo evitable con victorias una vez agotado el comodín de las sensaciones, el peligro tomaría cuerpo en una tesitura inesperada ante la que habría que improvisar una vez más con menos capacidad económica. Diciembre llega por lo tanto con la amenaza de una gélida y oscura lluvia sobre el futuro del Real Zaragoza, sin más paraguas que los triunfos que se le resisten. O se produce el milagro en estas cuatro citas de fin de año o no habrá año nuevo. Natxo González y sus jugadores se disponen a escalar sin red de seguridad una pared que parece natural, pero que se ha levantado una vez más con artificial alevosía desde dentro del club.