Marcar o recibir un gol. Esa es la principal diferencia en un partido del Real Zaragoza, lo que define los resultados del equipo. Ni la calidad, matiz casi siempre imperceptible en la comparación cualquiera que sea el rival, ni la consistencia como bloque, ni mucho menos el juego, lejos de la quimera del fútbol de combinación. Que el Mirandés ganara ayer en La Romareda no se explica porque sea mejor equipo, así en general, ni porque lo fuera ayer en particular. Marcó en su primera y única ocasión y después el Zaragoza consiguió generar tres buenas oportunidades que no pudo aprovechar.

Todo lo que sucede en un partido del Zaragoza parece fruto del azar, ajeno a cualquier tipo de control, a un plan, a una idea preconcebida. Una moneda al aire que, solo por la ley de la probabilidad, no puede salir siempre cara. El equipo de Popovic no controla los partidos, no se adueña del centro del campo, no gobierna el tiempo ni el ritmo, es tan vulgar como cualquiera de los demás. Ayer, además, le faltaban sus hombres más desequilibrantes, Jaime y Pedro, los futbolistas que le habían cambiado la cara ligeramente las últimas semanas, y el Zaragoza fue todavía un poco peor, que ya es decir. Álamo e Insa no son lo mismo, ni se les parecen.

El Zaragoza tuvo la primera ocasión nada más comenzar, casi como en Gerona. Pero esta vez el equipo no llevaba el billete ganador y no le tocó la lotería. Fue el Mirandés el que aprovechó un error en la defensa a balón parado del Zaragoza para llevarse el premio gordo del sorteo. El técnico movió sus piezas en la segunda parte. Quitó a Galarreta, intrascendente como casi siempre, para poner a Eldin por la izquierda y a Insa en la media punta. Insa anda todo el día agitado, moviéndose mucho, abarcando metros, aportando intensidad, pero no desborda y no define entre líneas.

Popovic volvió a acordarse de Willian José y jugó media hora con dos delanteros. Borja, sin nadie que le surtiera de balones, no creó peligro. El brasileño tocó la pelota muy lejos del área, sin ninguna incidencia positiva para su equipo. La apuesta ofensiva del técnico serbio resultó fallida. Poner más jugadores arriba no significa atacar más ni, lo más importante, atacar mejor. El Zaragoza estaba reñido con el balón y jugó mal, a nada, como de costumbre. Tuvo hasta tres ocasiones, alguna muy clara, pero no tuvo el mando, hasta le abandonó el acierto. Tras varias jornadas saliendo cara, ayer la moneda cayó de cruz.