Los dos peores equipos de la segunda vuelta dejaron en La Romareda un partido soporífero. Como casi todos, por otra parte, poco que extrañar por ese lado. Importa casi nada que el rival sea el colista o el líder, la diferencia es nimia en cuanto a disposición y fútbol. La distancia la pone la calidad individual, como bien demuestra el rácano Deportivo, que va a subir a Primera sin darse ni media alegría en toda la temporada. Cazan una pieza y se llevan el partido al morral. A estas alturas, tal y como pinta la cosa, camina bien ufano el metódico Fernando Vázquez, al que poco le ha importado desde el primer día que le tacharan de aburrido o cargante.

Las voces que se alzaron en su día contra él ya han enmudecido ahora que está a la vista el objetivo. Pasado el mal trago, el viaje por el desierto del aburrimiento se da por bueno. A diferencia del Zaragoza, el Deportivo eligió un estilo en verano y se mantuvo fiel al patrón. Así ganó en La Romareda, con casi nada de fútbol pero las ideas bien claras. Aunque le sonara la bocina, algo así hizo ayer el equipo aragonés, que es bien otro.

Paco Herrera soñó con un molde y un gusto que incardinara con la nostalgia. Luego pensó otro, y otro. Hasta que dejó de pensar y lo echaron. Tarde, todo sea dicho. Llegó Víctor, regresó, para arrancar con la primavera entrada en un vacío estructural y filosófico. No había muchas vueltas que darle al equipo, que otra vez termina por concretarse en lo mismo de la primera vuelta, ese poquito de Montañés que se hace todo cuando suena el tiempo de la desesperación.

Es lo que toca, partidos de portería a cero. Si el Zaragoza logra sujetarlos, es más normal que sume. Cuestión de talento, tan escaso por aquí como mísero suele ser enfrente. Un dato lo confirma: Víctor ha ganado los dos únicos encuentros en los que Leo Franco no ha tenido que acercarse a las mallas.

El Depor podría ser un modelo a imitar ahora que se distingue el final y pocas exigencias sobre gustos habrá, aunque las ideas de Víctor no marchen en esa dirección. Ayer, sin ir más lejos, jugó con cuatro delanteros. A saber: Luis García, Montañés, Roger y Henríquez. Los dos últimos, por cierto, andan desajustados, diacrónicos. La mano del entrenador ha llegado solo a las partes más prosaicas. El Zaragoza ha aprendido a vestirse mejor atrás, a componerse rápido, a no conceder contraataques, a hacer faltas rápidas...

Es decir, ha mejorado en las cuestiones más básicas. No le da para brillos extra. La circulación sigue siendo irregular y las oportunidades llegan más fruto de la inercia que de un sistema reconocible. No lo hay. Ayer probó Víctor mezclando a Roger con Henríquez, al que se le intuye todo lo que no se le ve. Desde luego, si el Zaragoza piensa en el ascenso y no en la permanencia, necesitará que el chileno se comporte como el jugador del Manchester United que es. Mientras tanto, le queda engancharse al turbo de Montañés, futbolista diferencial en esta categoría opaca. Un simple cambio de ritmo suyo puede alterar todo el futuro del club. Así estamos.