Cuando todo pinta bien, algo se tuerce. Y, ayer, al Real Zaragoza se le cruzó el día por completo. El Villarreal gana al Málaga de chiripa en el último segundo y ahí empiezan las calamidades. Obradovic se lesiona en el calentamiento, Apoño a la media hora, el equipo encaja su enésimo gol en una jugada a balón parado, Mateos se comporta con pasividad, Roberto insiste en no moverse de la línea de cal en las pelotas colgadas y da la de arena, Pinter culmina su indescifrable primera parte con un error que provoca el 2-0, Jiménez se olvida del doble pivote con el húngaro y Dujmovic o Zuculini, elemento táctico clave en la reacción, Negredo se ensaña, la defensa hace aguas con Lanzaro y Álvarez, a pierna cambiada, en los laterales, 3-0 al descanso, pésima imagen, luego un palo de Postiga, algunas paradas de Roberto, 3-0 igual al final y la salvación a siete puntos.

El estupendo, creíble, ordenado y competitivo equipo que fue el Real Zaragoza contra el Barcelona y que anteriormente había sido lo suficientemente bueno como para ganar al Valencia, Atlético y Sporting desapareció del mapa en Sevilla en una jornada tremendamente dañina. El Zaragoza dejó de ser el equipo de Primera que aspira a seguir siéndolo para volver a ser aquella escuadra fantasmagórica de hace algo más de un mes.

El escenario que queda tras la jornada es muy feo. Restan seis partidos, cuatro en casa y dos fuera. 18 puntos. El Real Zaragoza tendrá que ganar cinco o incluso los seis para salvarse. El primero, el domingo. Match ball contra el Granada. Un triunfo alimentaría las esperanzas. Un empate o una derrota serían el punto y final del sueño.